viernes, 24 de mayo de 2013

FIESTA DE LA PEÑA DE LA CRUZ (y II)

Tras nosotros, una larga fila de romeros va salvando las dificultades que plantea el camino, un camino que se convierte en angosto sendero poco después de dejar Llano Alto y de haber encarado el camino de los Registros. La serenidad y tranquilidad con la que hacemos la ascensión compensan la inclinación y la estrechez de la senda. Andar y andar, rendir tributo al camino con el silencio cuando se empina, seguir andando, y llegar a una cruz muy grande que preside una plazoleta asfaltada en medio del monte.
Es el lugar designado para descansar otro poco, para reponer de verdad fuerzas, para seguir con la conversación y para comparar las fuerzas de cada uno de los caminantes. Allí había preparados bocadillos y bebidas. No sé si el camino es tan exigente como para merecer ya a esa altura recompensa, pero supongo que es costumbre y los abades no quieren desmerecer sino todo lo contrario. Apenas comí un bocado y tomé un trago de vino. El sitio es más de descanso que de contemplación pues la vegetación y los árboles no dejan ver bien todo lo que a sus pies sabemos que se extiende.
Pero vamos, que hay que subir y el destino es la Peña de la Cruz. Enseguida el sendero se abre y se ensancha hasta hacerse una muy amplia pista de tierra que parece ampliada recientemente y que da paso hasta los repetidores. Poco después, la senda tradicional, la pista de tierra de Llano Alto. Las frecuentes lluvias no han estropeado su suelo y ahora los vehículos pueden subir y bajar con comodidad por ella. Los caminantes -los que van conmigo- pasan el rato en recuerdos de pequeñas o grandes hazañas en las sierras, en la imaginación de caminos, de fríos y de calores, en la charla distendida y amistosa. A ambos lados se ofrece el panorama de la sierra y de las llanuras. La vista puede dividirse y complacerse en cualquier dirección.
Llano Alto sigue allí arriba, haciendo parada y descanso tanto a la subida como a la bajada, es parada y fonda para la contemplación y el descanso, es llano y es alto. Allí llegamos tal vez a las once y media o las doce. El tiempo se ha vuelto un poco gris con algunas nubes desparramadas por el cielo y la brisa refresca los cuerpos.
La romería tiene parte religiosa y parte festiva siempre. La religiosa ya se ha cumplido en buena parte por el camino, pero no del todo. Aún quedan una misa en lo alto y la bendición de los campos. A los pies de la cruz y un poco al amparo de las peñas, un par de curas celebran una misa a la que acude un grupo reducido de romeros, algunas autoridades municipales (sigo sin entender el significado en estos actos de jefes de policías y similares) y el abad con su abanderado. Par entonces ya se nota que una cosa es la subida y otra diferente son los demás actos.
Al terminar la misa, los curas se acercaron hasta la cruz para, desde allí, realizar la bendición de los campos en un acto sencillísimo y breve. El abad clavó la bandera en lo alto de la cruz y el Mariquelo, en otra de sus exhibiciones de tan difícil explicación, ascendió hasta el pico de la cruz y, en inverosímil equilibrio, desgranó un par de canciones y un brindis. A mí toda esta parte me pareció bastante pobre, por la brevedad, por la poca gente que cabe en la base de la cruz y, sobre todo, porque la sensación de campos de cultivo en Béjar no es precisamente lo más tradicional. Tal vez por ello siempre oigo hablar de bendecir campos e industrias.
El resto ya es fiesta y es alegría de los romeros, que se extienden por la llanura y el descanso que la sierra concede en el paraje. La gaita del Mariquelo anda de sitio en sitio y caldea los ánimos, un poco encogidos por la temperatura, que se ha vuelto fresca.
A la hora de comer es cuando más noto que la afluencia se ha vuleto escasa. El tiempo, el día laborable, acaso que no acaba de cuajar la fiesta por no estar en un ambiente agrícola, tal vez el desánimo general por la crisis que parece que todo lo invade…
Pero los que se quedan buscan acomodo y, en sana compañía, disponen su ánimo y su estómago para pasar unas horas al abrigo de las viandas, de las bebidas y de la conversación. Yo tuve todas las facilidades en la abundancia de la comida, en el exceso de la bebida y en las palabras y la conversación de mis amigos de la junta directiva del Buen Pastor. Solo el tiempo se empeñó en deslucir un poco lo que tiene que ser siempre y cada año un acto de alegría, de satisfacción y de gracias a la naturaleza por seguirnos acogiendo en su seno y por darnos los frutos que nos mantienen en la vida.
Una brevísima, aunque me parece que fundamental, consideración en medio de la alegría del día. El abad se siente empujado a que la fiesta se celebre con alegría y con empaque. Seguro que pone toda su mejor voluntad. Y mucho esfuerzo y dinero. Se ve en los convites a los romeros y en las invitaciones a comer en el mediodía. A mí me gustaría que esa comida de mediodía se convirtiera en un acto general y popular en el que cada uno aportara su alimento y que esto no supusiera ninguna carga excesiva para nadie y ninguna división en lo que es fiesta genral; y mucho menos que la costumbre y la tradición lo conviertan en ninguna exhibición de nada. Se supone que es una romería, religiosa o pagana, cada cual sabrá cómo quiere verla o vivirla. Bien sé que la historia, el tipo de abades que ha habido y otras circunstancias explican lo que hoy podemos ver, pero todo se puede mejorar y reconducir serenamente. Ahí queda lo que no quiere ni puede ser más que una observación y una sugerencia.
Después…, después viene la comida, llega la bebida, se suelta la lengua, se oscurece el cielo…; y después…, después no se sabe…

1 comentario:

Anónimo dijo...

En el penúltimo renglón del quinto párrafo ha puesto "par" donde se supone que debe poner "para".