lunes, 22 de abril de 2013

QUÉ DESPILFARRO


Acabo de terminar el capítulo dedicado a la literatura en la Historia de Béjar. En realidad he dedicado los últimos días a dejarlo un poco más vistoso para la imprenta. Tengo pendientes al menos dos o tres trabajos más pero ahora mismo estoy como si me estuviera dando unos días de relajación y de paréntesis. Es una forma de hablar porque ahí está la primavera, y están los paseos, y está la lectura -que este año ha cogido un ritmo acelerado-, y ahí está la escritura y la creación, y ahí está…
En la ventana de mi ordenador leo un reportaje en el que se da cuenta de la actividad de gente retirada de la enseñanza que dedica tiempo a ayudar a otra gente necesitada con clases gratuitas.
Me conmueve que exista gente que siga viendo la vida en panorámica y en sentido social. Es que hay mucha gente fantástica y profesiones -tal vez vocaciones- de las que no se jubila uno nunca. Son aquellas que implican en su realización valores y no solo sueldos a fin de mes. O tal vez no sean las profesiones solamente sino sobre todo aquellos profesionales que se las toman con conciencia social.
Pienso en tanta gente jubilada que anda desaprovechada viendo correr el tiempo y gritando en silencio alguna forma de ser útil a los demás. Por supuesto que no es para exprimirlos con horarios o burocracia sino para beber el zumo de su experiencia y de su sabiduría acumulada. Es gente que no pide dinero a cambio de esfuerzo, sino solo atención y ser escuchados, compartir experiencias y dejar que fluya el caño de la serenidad y la sabiduría acumulada.
Un país envejecido como este debería ser sinónimo de sabiduría y de templanza, de escucha y de atención a las personas mayores. Desgraciadamente, los valores que mandan son económicos y a los “sesudos” economistas -me refiero a los que trabajan para sus empresas, que son casi todos, no a los economistas humanistas- esta variable de la edad no les encaja en el apartado de beneficios pues por algo a estos grupos los llaman clases pasivas, y el sistema, según ellos, solo las padece como receptores de pensiones y clientes habituales de la seguridad social.
Qué visión tan estrecha y elemental, qué sensación de analfabetismo al contemplar esto, qué panorama tan desolador.
Por desgracia, buena parte de esa llamada tercera edad se deja llevar y apenas otea otro horizonte que el de tomar el sol, ver la televisión y cobrar la pensión a fin de mes. Menos mal que las nuevas formas del mercado les han encomendado ahora también el cuidado de los niños. Algo es algo.
No es más que otra muestra evidente del empobrecimiento de la sociedad que está causando esta manera de ver la vida solo desde el punto de vista económico. Como si fuéramos tan pobres que no vemos en el horizonte de los deseos otra cosa que dinero y el ajuste del producto interior bruto. Y encima no conseguimos otra cosa que también esta variable que se ha hecho única empeore.
La persona es suma de relaciones. Es verdad que tiene que comer un puñado de arroz dos o tres veces al día. Pero su vida afortunadamente es mucho más rica que solo eso. El ser humano tiene pasiones, acumula tristezas y alegrías, se relaciona con los demás, tiene capacidad para pensar y sumar causas y consecuencias, siente curiosidad, se emociona y se enfada, necesita que le escuchen los demás, comparte costumbres, se enamora y se desenamora, ve cómo pasa el tiempo y cómo los elementos naturales se hacen más duraderos que él mismo, se propone metas y fracasa con frecuencia, se pregunta si tiene algún fin concreto su vida, posee el don de la imaginación, su cerebro es la mejor máquina inventada jamás, ve cómo se repiten los ciclos de la vida y tal vez se pregunta de vez en cuando por qué suceden las cosas.
Y con estas y con otras muchas más ideas y preocupaciones va ordenando su paso por el tiempo y el espacio de manera más o menos decorosa y coherente. La vida se hace así mucho más rica y compleja, mucho más apasionante y digna de ser vivida, mucho más amplia y participativa.
Todas las personas tienen capacidad para desarrollar las variable apuntadas antes, pero hay algunas que seguramente ya lo han hecho. Son exactamente las personas mayores.
¿Por qué no aprovecharse de ellas en beneficio de todos? No cuesta nada y todos saldríamos ganando. ¿Por qué no prestar esfuerzos en desarrollar todas esas posibilidades en lugar de estrechar la vida únicamente a las cifras y al dinero?
La pobreza y la riqueza de una comunidad no se miden únicamente por sus dineros. Su principal riqueza la constituyen sus componentes, las personas que la forman. Prescindir de ellas y de sus posibilidades es el empobrecimiento mayor y más lamentable. Y no se recupera fácilmente cuando en la escala de valores se les arrincona y hasta se les olvida.
Para buscar su desarrollo hay que apoyarse en alguna ideología social y comunitaria. No parece que esa ideología obtenga ahora mismo mayorías absolutas sino más bien lo contrario. Cada uno sabrá lo que hace y defiende. Y mucho más en época de crisis.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Tengo entendido que existe un banco de oficios donde se intercambia ayuda en múltiples actividades....pero la verdad, no sé si funciona.Con los jubilados se podría hacer algo parecido y con algunos pensionistas también, en mi caso por ejemplo, no me importaría colaborar desinteresadamente.