domingo, 6 de enero de 2013

REGALOS

          
Es noticia de hoy mismo la siguiente: “Un tercio de los regalos recibidos durante el año 2012 fueron devueltos o descambiados porque no les gustaban a los que los recibían”.
Esta sí que me parece una noticia pues se ofrece el día del regalo por excelencia y acaso invite a pensar en alguna causa y hasta en alguna consecuencia.
Muy poco se me ocurre en lo que se refiere a los juegos de los niños porque no tienen capacidad para discriminar entre juguetes mejores o peores, y la elección hay que atribuirla solo a los padres o familiares. Mucho que decir, muchísimo, acerca del tipo de juguetes que estos más compran y regalan.
Esto de la tercera parte se refiere casi en exclusiva a toda la parafernalia de presentes entre personas que tienen criterio, o que, al menos, tienen algún gusto determinado. Y no resulta sencillo navegar en este charco porque intervienen demasiadas variables.
El genérico de regalar como detalle de afecto y hasta de cariño no parece que pueda entenderse como algo negativo. Siempre significa que a esa persona se la tiene en el recuerdo y que en alguna medida importa para el que regala. Menos claro es el grado de afecto de cada caso. A veces no se supera el nivel del simple compromiso social.
El ambiente favorable ya se encarga de inventarlo y de promocionarlo, de disfrazarlo y de endulzarlo el mundo comercial pues ya se sabe que todo vale para el convento con tal de que la cuenta de resultados sea favorable. Y ahí aparecen las fiestas de la madre, del padre, del abad y de la madre superiora.
Pero hay una variable que tal vez sea la que más contribuya a este trabajo añadido de descambiar, de regalar a otro lo ya regalado y de dejar en el eco del silencio alguna palabra de fastidio. Es la de la sorpresa. El regalo parece que no es tal si no es ofrecido sin que el destinatario tenga notica de él. Por eso después aparecen las camisas de distinta talla, el libro repetido, la chaqueta o la bufanda cuando gusta ir a pecho descubierto, o incluso el invento electrónico para el uso del cual se necesita un cursillo intensivo.
¿No sería más sencillo contar con el que va a recibir el regalo y ajustarse un poquito a sus gustos y necesidades? Ya sé que desaparecen los melindres y las caras de extrañeza. Pero también se ahorrarían los tiempos del cambio y las caras insinceras. Recuérdese que no se pueden poner malos gestos: qué descortesía.
Conmigo no suelen tener demasiadas dificultades si no se salen del carril de los libros. Si se salen de él, todo se complica un poquito más. Y siempre hay un poco de todo.
Sigo recordando -ya con nostalgia- las veces que, en tal día como hoy, me regalaban un libro, libro que yo leía y que cambiaba al día siguiente, con la disculpa de que ya lo tenía en mi biblioteca.
En fin, descenderemos de los reyes magos a los reyes parlamentarios, y, de estos, si se puede, a una república popular.

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