jueves, 8 de noviembre de 2012

"A LA LANCHA LA LUMBRE"


Otra vez el edén de la niñez. Esta vez me ha llegado en forma de libro mecanoescrito, como regalo de Jovita Oliva Oliva. Cómo me alegro y cuántas gracias le hoy por ello.
A Jovita yo la conocí en el estrecho espacio de mi pueblo, ella moza ya cuando yo era un niño muy niño. Yo me ausenté muy pronto y sé que ella permaneció  más tiempo en Valero. Después, no sé muy bien cuándo, se marchó a Salamanca. Allí vive.
Pero sé que ambos compartimos el amor por el pueblo que nos vio nacer, que lo ensalzamos en cuanto nos dan pie para ello, y a veces sin que nos lo den. Seguramente compartamos este cariño porque, al fin y al cabo, el ser humano no es más que tiempo y espacio; y el nuestro es el que es, lo hemos querido reconocer y lo hemos asumido como algo positivo. También la podíamos haber emprendido por el lado de la protesta y de la negatividad, pero seguro que nos hemos dado cuenta de que el resultado, y sobre todo el camino de esos sentimientos, no merecían la pena con el ánimo decaído.
A la lancha de la lumbre, los niños (en realidad se decía “chicos”  para distinguirlos de los “grandes”, que eran los de más edad) de mi pueblo se iban haciendo grandes, se iban estirando y se iban anegando de realidad de río y de monte, de cielo y de suelo, de familias y de vecinos, de cuadrillas y de juegos, de fiestas y de días de escuela, de alegrías y de tristezas. Como todos, seguramente, pero en un espacio y en un tiempo especiales, en el espacio y en el tiempo nuestros, de nuestro pueblo, de aquel lugar extraño y misterioso que a nosotros nos parecía el único mundo existente, limitado por los cerros y por el cielo que caían verticales sobre las estrechas calles del pueblo y sobre los huertos y los ríos, y con las laderas de encinas y de jaras como paños estéticos colgados en las paredes que flanqueaban los contornos.
A la lancha de la lumbre se desgranaban también los decires y las canciones, la mejores y las peores palabras, las consejas, los cuentos, las fábulas, las leyendas, los proverbios, los refranes,,,, y todo lo que ayudaba a matar el tiempo.
A la lancha de la lumbre cocía el puchero y ardía la leña mientras ahumaba los chorizos del sobrao, si es que los había. A la lancha de la lumbre se tejía buena parte de la vida del pueblo en sus ilusiones y en sus desilusiones.
Por eso Jovita ha querido recopilar una pequeña parte de todo lo que se “cocía” a la lancha de la lumbre, a la lancha de la lumbre de su cocina y de las demás cocinas. Y lo ha querido hacer en las letras de aquellas melodías que permanecen en su recuerdo como música de fondo del mundo de su niñez. Con ellas creció y en ellas se quiere quedar, porque con ellas evoca lo que ella fue y, en buena parte, lo que fuimos todos los demás en aquellos años. En ellos recoge alboradas, jotas, charradas, rondas, letras de cánticos religiosos, canciones que considera específicamente locales y hasta familiares. Todo un recuento que tiene como principal valor  el de haber servido de banda sonora a los habitantes de Valero en su época infantil y juvenil.
No todas las letras tienen el mismo valor, sobre todo porque bastantes no apuntan al espacio y al tiempo específicos de Valero sino que son letras populares que se conocían y que se cantaban en muchos otros sitios. No importa, es el conjunto el que suena, es la banda entera la que toca, es la orquesta la que da el concierto.
Y los intérpretes son todos los habitantes de Valero de aquellos años 50 y 60 que ya quedan tan atrás.
Los pueblos siguen y cambian. Es bueno que así sea. Pero hay elementos que se mantienen y que forman un hilo que no conviene romper, porque es el hilo y la soga a la que todos se agarran y en la que todos se reconocen. Si se rompe, después no es fácil saber cómo se recompone. Ahí está el valor real de este libro. Enhorabuena y gracias.
Copiaré aquí, como ejemplo, este
CRECE DE VALERO:
“Crece, pampanito, crece
por cima de este tejado.
Así crezca la nobleza
de los dos recién casados.

El novio le da a la novia
un anillo de oro fino,
y ella le da su firmeza
que vale más que el anillo.

¡Quién tuviera una aceituna,
aunque fuera cordobesa,
para darle a la madrina
que está sentada a la mesa!

Ya recogen los cuchillos,
ya redoblan los manteles,
ya habrán cenado, señores.
¡Buen provecho le haga a ustedes!

Ábrenos la puerta, novio,
si nos la quieres abrir,
que vienen los tus amigos
a despedirse de ti.”

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Vaya entrada guapa! Seguro que el poeta puso el sentimiento a hervir a la lancha de la lumbre.
A.Merino

mojadopapel dijo...

He sentido la lancha de la lumbre dandome calorcito.

Ana Duque dijo...

Bravo, siempre t recordaré, jovita