viernes, 14 de septiembre de 2012

!ESTUVE EN MARINALEDA!


Lo tenía entre ceja y ceja desde hace varios años, desde la primera vez que tuve noticias de un pueblo andaluz cuajado en su tez por el cielo y sumergido en un mar de aceitunas. Pronto supe de la existencia de unas personas en esa población que se habían echado el mundo por montera y que se habían subido en el hermoso tren de la utopía, en el sueño de la justicia, ese que siempre camina pero que nunca llega a su destino. Me cautivó lo que simbolizaba y me llamaron poderosamente la atención los datos que me iban llegando. Luego se produjo el asunto de los carros de alimentos y del linchamiento en los medios de comunicación, las marchas bajo el cielo raso andaluz, cual nuevos caballeros del honor por la estepa (en este caso por la Estepa y sus comarcas), dando voces contra los gigantes de la sinrazón y del comercio. Cuando esto se producía, yo ya conocía un puñado de noticias de esa tierra y de esas gentes.
Cada vez que acudía a Andalucía y circulaba por la autovía, a la altura de Estepa, mis sentidos se dividían entre los sabores de los dulces estepeños y los olores y los ecos de las aceitunas de su comarca. En esa comarca se halla Marinaleda.
Esta vez venía con algo de tiempo y con un poquito más de ganas. Otros van a Lourdes y preparan el camino y el viaje con mimo y con precisión. Lo mío fue un golpe de timón y de volante para rendir tributo en media hora  a lo que simbolizan muchas de esas gentes. Quería poder decir desde entonces sencillamente “yo estuve allí”, nada más, casi nada, pero al menos ese poquito que calma la sed por un ratito. Así que la visita no tuvo más que el valor de un simple desahogo, sin más implicación.
La carretera, desde el ángulo de una gasolinera, se hizo estrecho en la llanura. Casi imposible sumar dos vehículos en paralelo. Un mar de olivos con sus frutos verdes y engordando nos engulló enseguida. La presencia de dos camiones cansinos por delante me ayudó a demorar la mirada por los eternos surcos que marcan los olivos en hileras. El suelo es cenizoso y ahora anda muy cansado y sediento del dolor del verano.
Apenas son doce o catorce kilómetros los que separan la autovía del pueblo de Marinaleda. Nos recibe con luz de la mañana y una amplia avenida que enseguida se abraza con obras llamativas.
Paramos y una hermosa joven morena, a quien acompañan un bebé y otra señora que acaso sea su madre, nos indica que el pueblo realmente está un poco más adelante. Pero ya vemos que aquello es más moderno y que donde nosotros estamos se hallan ubicadas todas las dependencias públicas: un amplísimo y moderno ayuntamiento, una sólida y amplia casa de la cultura que ni se adivina en muchos pueblos y ciudades más grandes (Marinaleda tal vez tenga unos tres mil habitantes), guarderías, instituto, un complejo deportivo en el que no falta casi de nada y unos jardines públicos amplísimos y enfrentados en su verde y arboleda al sol de justicia de la zona de la sartén de Andalucía. En las paredes de los polideportivos rezan pintadas tan de sentido común y tan revolucionarias como esta: “Apaga la TV y enciende tu mente”. El ayuntamiento muestra las puertas abiertas en todas sus dependencias. Confieso que me corté a la hora de llamar a la puerta del despacho de la alcaldía o simplemente de haber empujado la puerta para conocer un poco el decorado de aquel cuartel general de la utopía.
El pueblo está compuesto todo él de casas de planta baja y de construcción sólida y hermoseada. La forma especial de acceder a ellas ha dado como resultado que muchos de sus vecinos (no sé si todos), hayan accedido a algo tan sencillo y a la vez imposible como una viviendo digna y confortable. Recorrimos casi todas las calles del pueblo y en todas se observaba esta limpieza y esta solidez en las viviendas. Nos llamó la atención la cantidad de gente que limpiaba los barrotes de sus ventanas y la madera de sus puertas. Muchísimos aparatos de aire acondicionado colgaban en las paredes. Apenas había gente por las calles aunque la temperatura no apretaba especialmente. Los nombres de algunas calles hacen referencia al ambiente ideológico que las ha acogido: calle de la Armonía, calle de León Felipe…
¡!Solo vimos una tienda comercial!!, ¡!Un centro Cívico!!  ¡!!Y NIGÚN BAR EN TODO EL PUEBLO!!! Seguro que alguno habrá, pero juro que no lo vimos.
Con estas breves pinceladas, ¿no es posible extraer algunas consecuencias?   Por supuesto que sí. Porque gravitan en el aire de aquel pueblo, porque no se puede ser tan ciego ante lo que en aquellas calles huele, porque el ánimo se fortalece en aquel punto del tiempo y del espacio.
Solo fue un rato, pero acaso suficiente para rendir homenaje al sueño de unos pocos que hacen visible la ilusión dormida de tantos otros. Seguro que la realidad es más compleja y que un retrato exacto tendría más variantes. Pero eso son zarandajas y músicas finas. También es cierto que en verano hace calor y en invierno frío, que hay gente alta y baja, que infinito es inmenso y no sé cuántos tópicos más. Todo es verdad, pero esa hora, esa mañana de luz del sur era para el empuje de un grupo de ilusionados por el ser humano, por todos en igualdad y en comunidad. Olé sus cojones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La última palabra que se ha escrito en el artículo es un taco.