viernes, 31 de agosto de 2012

EN BUSCA DEL UNICORNIO


Mañana por la tarde se inaugura en Bizarte una exposición de fotografías de Manolo Casadiego. Que tenga la mejor suerte y que todo le vaya bien.
Me pidió que le acompañara y que le diera pie y paso con la lectura de alguno de mis poemas que tienen que ver con el agua, el tema de su exposición. Allí estaré para para poner pie de página a la exposición. La verdad que es que hay varios poemas que han nacido del mismo impulso que algunas de las fotografías que va a colgar. Desde la misma realidad de cualquier día de paseo por el campo y la montaña, el fotógrafo y el poeta crearon con sus distintos materiales la fotografía y el poema. Será al menos curioso mirar la foto y escuchar el poema al mismo tiempo. Lo haré solo con ocho o diez ejemplos.
El asunto me pilla en las ultimísimas páginas del libro “Teoría estética”, de Theodor W. Adorno. Se trata de un densísimo libro -será que ya estoy perdiendo cualidades, pero aseguro que, si se lo presentamos a cien personas para su lectura, noventa y nueve, incluidos en la serie los especialistas, terminan odiándolo, no por su contenido sino por el lenguaje en el que se expresa- en el que se indaga acerca de la identidad y de las cualidades de la obra de arte. Y, una vez más, me quedo con la miel en los labios, en medio del laberinto, en el centro de la niebla, en lo más interno del bosque. Toda la historia y toda la vida dando vueltas al asunto este de definir la obra de arte y no hay manera de dar con la piedra filosofal. Seguramente es mejor que sea así pues, si se hallara la fórmula perfecta, la obra ya solo podría ser repetitiva y comercial, industria pura y ajena a sorpresa, al hallazgo y a la provocación.
Como ocurre siempre, el autor bucea entre las posibilidades de autonomía de la obra de arte y sus dependencias de lo externo, eso de si la obra de arte es en-sí y para-sí o es para-otro. Adorno, como tantos, aspira a hallar campo autónomo y casi independiente para el arte. Yo no lo tengo nada claro, aunque sé que es la aspiración última del artista. Tal vez mi torpeza me impida ver mucho más allá de la realidad más inmediata que se aplica a la obra de arte, de cualquier tipo y de cualquier dimensión, también, por ejemplo a la que mañana se va a presentar en fotografía y en palabra.
Miro, observo y contemplo muchas realidades externas a la obra de arte acabada y en sí. Por ejemplo, hasta el momento de la contemplación, e incluso después, la obra depende del artista, de su formación, se su sensibilidad, de su técnica, de su pensamiento social y político, de sus inclinaciones religiosas, de la necesidad de vender o de no vender, del medio en el que exponga, de sus relaciones sociales, de sus posibilidades económicas para adquirir materiales, del medio en el que vive, de su situación familiar, de miles de pequeñas y grandes imposiciones sociales… En fin, que carga con un fardo de imposiciones externas pesadísimo del que es muy difícil escapar.
Pero es que, además, están los materiales, y sus combinaciones, y las tendencias artísticas y las aceptaciones o rechazos sociales de esas tendencias, la imposición histórica de todo el arte que viene de atrás, la necesidad y el deseo de innovar pero lo imprescindible de hacerlo sobre la realidad ya existente, los criterios estéticos del autor y su coincidencia o no con los de los otros, la dialéctica de lo objetivo y de lo subjetivo, las imposiciones del canon, los clichés colectivos, la posibilidad o la imposibilidad siquiera de definir lo bello y lo feo, la importancia que se le quiera dar a la tecnología, los valores de la naturaleza y sus deformaciones, el sentido de apariencia de la obra de arte, la reproducción de la realidad o su alejamiento en la obra de arte, la lucha entre el concepto de armonía y el de disonancia, la carga de la forma y la del contenido, el valor de la obra completa y el de cada una de sus partes, el arte como conocimiento y el arte como comunicación, la tensión entre la objetividad y la subjetividad, los límites de una y otra, la compresibilidad de las obras de arte, la contemplación, la interpretación, el comentario y la crítica de la obra…, el valor social del arte, el compromiso social del arte, las condiciones actuales para crear, la influencia del arte en la sociedad…
Quizás me pregunto demasiadas cosas ante un hecho mucho más sencillo. Pero estoy seguro de que todo esto y mucho más bulle en los entresijos de esta exposición y de cualquier otra creación y manifestación de arte. Cada uno sabrá hasta dónde llega o quiere llegar.
Mientras tanto, por ahí andarán nombrando reinas y reyes de las fiestas, encargando pregones a quien tal vez se sienta indefenso y sin capote por la falta de conocimiento de esta comunidad que habita en la ciudad estrecha, o poniendo bandas ilustres a defensores de costumbres bastante discutibles. La vida sigue.

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