domingo, 22 de julio de 2012

CUALQUIER TARDE DE JULIO


Como el calor aprieta, aunque no ahoga, de momento, ando a la deriva y buscando cómo sujetar esas horas centrales de la tarde en las que mi terraza también se pone al baño maría por unas horas y me expulsa de mi sillón para mandarme a lo más escondido del retrete. ¿Cuánta gente sabe que retrete significa exactamente el cuarto más apartado y secreto, donde se pueden guardar los secretos más ocultos de la casa y donde el dueño se recogía para pensar o para escribir?
Y entonces resulta que se paran las horas y que el termómetro no tiene ninguna intención de bajar y que la mente se funde y se sitúa en el nivel de la supervivencia. ¿Cuánta gente escribe y dice “a nivel de“ supervivencia?
Acaso entonces uno se niegue a comenzar cualquier empresa por debilidad o por recalentamiento. Tal vez es el momento en el que la mente se deja llevar y comienza a hacer conjeturas sin rumbo fijo y de forma deslavazada. ¿Cuánta gente diría o escribiría “es el momento donde la mente…”, o “Comienza a especular?
Es posible que le dé por pensar en algo así como si cada verso atrae o gusta según la imagen que revela. Si así fuera, el empuje habría que buscarlo en la creación o en la selección de esas imágenes para darle potencia a la creación.
A veces puede darle por pensar que las diversas páginas del libro de la vida van dejando sus cicatrices que supuran por la herida de la creación. En ese caso, la creación sería un resumen sangriento, o al menos cosido, de cualquier episodio vivido o soñado, y un libro vendría a ser como un índice de nuestro paso por el tiempo. Pero también podría ponerse a pensar si no es la creación -un poema, por ejemplo- la verdadera cicatriz de esa página de la vida. Si así fuera, sería el poema lo que viene a darle vida real a lo que, de otra manera, quedaría en el olvido y sin poso posterior.
¿Y si le diera por darse a describir los prejuicios que viven en el territorio de los miedos? Quién sabe lo que saldría de ahí en asuntos religiosos, sociales, familiares, políticos y de convivencia en general. ¿Acaso no es la vida una suma de prejuicios que retienen y te hacen repetir, y una suma de impulsos que te empujan a buscar nuevos caminos?
¿Y si le da por ponerse a pensar en elementos simbólicos? Por ejemplo, cómo guardan los árboles en su piel el paso del tiempo, o cómo quedan restos de amor en las prendas de vestir o en el cuerpo?
Tal vez se podría poner un poco más solemne e imaginar que tal vez una forma de vencer a la muerte sea pensar en un amor constante más allá de la propia vida biológica. O quizás que, tal como está la vida, es el humor lo verdaderamente trágico porque lo trágico ya lo da y lo impone la vida sin necesidad de descubrirlo; volver a lo trágico acaso sería realmente una redundancia. O puede que le dé por hacer colecciones raras. ¿Qué tal una de tactos?
En fin, que esto del calor y de la calma chicha da para más de lo que se piensa. Aunque uno desea que Febo se calme y se aleje un poco de nosotros. Menos mal que la piscina municipal de esta ciudad estrecha en la Cerrallana tiene capacidad para suavizar cualquier sofoco. Y el aire acondicionado del salón, que pone contraste con otros lugares de la casa.

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