sábado, 30 de junio de 2012

CAMBIO DE EJECUTIVA LOCAL EN EL PSOE DE BÉJAR



El PSOE de Béjar ha cambiado su Comisión Ejecutiva. Lo hizo ayer en una asamblea a la que acudió la tercera parte de su militancia. Se cumplieron todos los rituales de forma y ahí está todo limpio como si siempre brillara el sol. Sin embargo, no todo es luz precisamente. Y bien que lo siento.
La asistencia solo de la tercera parte de los militantes no se puede explicar fácilmente si no es desde cierta división interna, desde alguna desidia provocada vete a saber por qué, desde la falta de atractivo del hecho, desde el sentimiento de cierta inutilidad, y, para no seguir con la serie, desde un ambiente manifiestamente mejorable en el que todo el mundo tiene su parte de culpa.
Aunque solo fuera por el orden cronológico, no estaría de más empezar dando las gracias a los que lo dejan por las horas que le han prestado a su función. Con absoluta independencia de los mejores o peores frutos, aciertos o desaciertos. Sigo pensando que esto de la cosa pública es de las acciones más nobles que el ser humano puede desarrollar, sobre todo porque siempre apunta al beneficio del común y no al egoísmo personal, mientras que las actividades más personales apuntan casi siempre a la obtención del beneficio propio y a la mejora individual. Otra cosa es que todo el mundo se emplee con desprendimiento y con cierta solvencia: no es fácil y la tentación habita en cualquier sitio. Pero sean las gracias para todos.
Me ha parecido ver a Cipri, durante estos años difíciles para él en lo personal y en lo político, como una persona honrada y que ha buscado siempre el beneficio de la ciudad. No es sencillo el trabajo en según qué condiciones sociales, personales o mediáticas. Y, repito, creo que él no las ha tenido fáciles nunca. En algún foro en el que él ha estado presente, me he manifestado sobre algunos aspectos en los que no estaba de acuerdo, a veces con alguna crudeza pero creo que siempre con corrección. Mis divergencias siempre han tenido que ver con alguna de las formas más que con las orientaciones y con las intenciones. Por resumir, creo que Cipri ha sido, y seguirá siendo siempre, eso que se llama un “hombre de partido”. Me parece que eso, cuando se acentúa mucho, tiene sus ventajas pero también sus inconvenientes, y no pequeños. Y más aún si la permanencia en los cargos se estira en el tiempo más de lo conveniente.
Releo la lista de la nueva comisión ejecutiva y no encuentro caras nuevas. No puedo esperar, por tanto, cambios importantes. Es verdad que cambia el secretario general y es él el que, se quiera o no, marca cierta impronta. Pero no tengo datos suficientes como para poner la mano en el fuego, ni a favor ni en contra de la persona que ahora ocupa este cargo. Es obligatorio concederse un tiempo antes de emitir opinión.  A todos les deseo suerte y a todos les doy las gracias por su ofrecimiento para empujar y por su dedicación.
Siempre he pedido que cualquier persona que acceda a una representación lo haga desde alguna experiencia y con algunos datos en la mano de participación y de expresión pública. Lo diré de otra manera: hay que saber con qué se cuenta y qué se vota para que no haya sorpresas.  El tiempo termina enseñando un poco a todos, pero, en este caso, creo que hay que venir ya enseñados de casa. Estaremos atentos.
Por lo demás, lo que tenía que decir ya lo dije en el sitio y a la hora adecuada. Por ahí quedará escrito y, por supuesto, también en mi archivo. Los cargos pasan siempre, las torres caen y los castillos se levantan. No pasa nada. Las ideas, sin embargo, siguen ahí martilleando en la mente y recordándonos que la historia la tenemos que construir entre todos y que no es lo mismo tejerla de una forma que de otra, basándose en unos principios o en otros, orientando los esfuerzos en una dirección o en otra. El tiempo dirá.

jueves, 28 de junio de 2012

COMO SORPRENDIDO


Leo y escucho en las últimas semanas, de parte del presidente del Gobierno, que “se necesita más Europa”. Incluso, alguna vez incluye en sus peticiones elementos de tipo social y hasta político. Me sorprendo -hasta donde me puedo ya sorprender- y me pregunto qué ha pasado para que las funciones anden tan cambiadas.
Los que tengan algún año más a sus espaldas podrán recordar qué pasaba en este país en los años primeros de la democracia, aquellos en los que se miraba a Europa pero no se tocaba pues era un caramelo muy sabroso para unos y algo endemoniado para otros. Era, sin duda, la izquierda política la que empujaba hacia más allá del Pirineo, en busca de libertades, de costumbres y de escalas de valores que aquí estaban ocultas y prohibidas. En la derecha existía mucho más recelo, sobre todo en la parte más eclesiástica, lo que equivale a decir en casi toda ella. Curiosamente, para mí, en términos económicos, se produjeron dos hechos posteriores en los que la derecha tuvo mayor protagonismo. Me refiero a la llegada del euro, en gobierno de derechas, y a la defensa de una sensación de mayor unidad dentro del territorio peninsular. Idea de la que parece que la izquierda ha desistido y así le va.  Los datos se pueden interpretar, pero primero hay que describirlos para no llamarnos a engaño.
Seguramente hoy “más Europa” no significa exactamente lo mismo que hace treinta y cinco años, pero, básicamente, estamos pensando en algo parecido.
Para una persona de izquierdas, Europa debería progresar en la unión social y política, en la proximidad de derechos y de obligaciones, en crear ciudadanos semejantes tanto en la zona nórdica como en las orillas del mar Mediterráneo, en entender que sentirse europeo es compartir derechos de dignidad y de democracia, en observar que es la razón la que debe constituir el núcleo y la potencia del viejo continente, en dibujar, al fin, un territorio moral y social en el que reconocerse y ayudarse.
No estoy nada seguro de que, para una persona de derechas, signifique lo mismo. El análisis no es para treinta líneas, pero mi impresión es la de que le cuesta traspasar los límites del mercado y de los números, de la prima de riesgo y de lo que ordenen los mercados; y, aun para eso, solo se ponen de acuerdo enseñando los dientes y el poder de cada uno. Obsérvese que ahora la mayor parte de los gobiernos europeos es de derechas. Escaso bagaje este si se buscara de verdad un avance en la Unión.
Me llaman la atención muchas cosas, pero quiero apuntar solamente dos y en esbozo.
 La primera me la sugiere nuestro presidente del Gobierno. Parece que solo nos conmovemos cuando la tormenta cae toda dentro de nuestras fincas, ahora nos acordamos de santa Bárbara porque andamos muertos de miedo. La solidaridad hay que buscarla siempre y el concepto hay que defenderlo también cuando nos rasque el bolsillo. Porque, muy por encima de los mercados y de su aparente poder, tenemos que considerar el valor del ser humano y su convivencia en positivo y no enfrentándose cada día para ver quién sobrevive como el más fuerte de la manada.
La segunda me la provoca la izquierda, si es que queda por ahí algo de izquierda. ¿Ni en estas condiciones de casi catástrofe es capaz de plantear que existen otras posibilidades de encarar la vida en las comunidades? ¿Es que ni siquiera en esta situación se va a plantear el valor positivo o negativo de este sistema en el que nos movemos? ¿Realmente la izquierda cree en que existe alguna otra posibilidad de sistema? ¿Será que le faltan fuerzas para proponerlo y para gritarlo en público?
Mientras tanto, los líderes se juntan para ver la forma de calmar un poco a los mercados, a esas manadas de cuervos que alimentan día a día con sus normas y sus políticas, y de los que ahora se asustan porque les debe de dar vergüenza ver cómo se los comen como en una tapita de bar.
Para que el espectáculo no decaiga, montamos el circo de la eurocopa con la que nos distraemos en una grada inmensa de circo contemporáneo. A ver si al menos la ganamos.

miércoles, 27 de junio de 2012

POR UN "BIENENTENDIDO"


       
Cuántas veces la solución o el enconamiento de los conflictos se halla en el entendimiento preciso de lo que el otro nos manifiesta… A veces siento el deseo de mandar las leyes del razonamiento al cesto de los papeles y de quedarme solo con las situaciones concretas. Como si los universales no existieran sino solo los elementos particulares, las condiciones específicas, los elementos circunstanciales. Parecería que todo se sustancia en la historia particular de cada elemento y de cada momento, como si en realidad solo fueran posibles los singulares y nunca los plurales.
Sé bien que no es asunto solo de desahogo. Algún pensador ilustre y sesudo afirmaba y glosaba la afirmación de que no existe la naturaleza sino la historia de las cosas. España, por ejemplo, no tendría naturaleza sino historia particular; un español, por analogía, sería su propio discurrir, siempre en forma particular e irrepetible; y cualquier situación habría que explicarla por sus circunstancias.
Tengo pruebas notables de que el esquema se repite y se repite. De esa manera, cuando se cruzan dos caminos personales, si las dos personas que los sustentan no son capaces de ponerse en disposición de atenderse y de atenderse, la confusión está servida y el malentendido también. Buena parte del discurrir de la vida se nos va en estos asuntos y en su solución o enconamiento.
A veces, esos malentendidos se diluyen con el paso de los días; en otras ocasiones, su recuerdo no hace más que agrandarlos y convertirlos en bola de nieve que rueda y se hace montaña. Entonces, lo que era cuestión menor se convierte en muro insalvable y la realidad ya poco tiene que ver con los hechos que dieron lugar a ese desacuerdo.
En mi conciencia sigue vivo uno de esos malentendidos, ya viejo y doloroso, que no sé cómo quitármelo de encima.
Me han llegado noticias, en los últimos días, de uno de esos desacuerdos entre dos personas bien allegadas hasta ahora pero que un equívoco concreto parece separar. La vida, por otra parte, está llena de ejemplos de este tipo y cada uno los puede actualizar según le atañan más o menos.
¿Por qué nos cuesta tanto la cesión y el reconocimiento de cualquier error? ¿Por qué no entender que la visión de una cosa puede ser diferente pero que el cruce de opiniones no tiene por qué llegar a la desafección? ¿Por qué la sangre tiene que llegar al río con demasiada frecuencia? ¿Por qué no desinflar globos en lugar de hincharlos tantas veces? ¿Quién nos ha enseñado que no hay contento si no es en la victoria, cuando existe también la posibilidad de la derrota y hasta de la victoria moral compartida? ¿Cuándo vamos a comprender que la verdad absoluta es solo cosa de dioses, de los dioses malos y justicieros? ¿Por qué hemos de seguir siempre en esa escala de valores maniquea de buenos y malos?
Si fuéramos historia más que naturaleza y, entonces, consecuencia de lo que hemos sido y de lo que nos rodea, ¿qué inercia nos lleva y nos arrastra a enrocarnos en nuestras posiciones sin dar ninguna posibilidad a la explicación del otro?
Nos faltan ratos de charla y de sentido común en torno de una mesa o en un sencillo paseo por la calle, nos sobran los debates públicos en los que se superponen diálogos y de los que apenas destilan voces y mala educación, hay que soltar lastre de educaciones en las que los dogmas se imponen sin razón e intercambio, tenemos que adentrarnos en los recovecos de la intercomunicación social, hay que socializar la vida y los comportamientos. Lo necesitamos, no para repetirnos sino para compartirnos, no para igualarnos en todo sino para intercambiar riquezas y valores personales, no para diluirnos en la masa sino para enriquecernos, en definitiva, para una supervivencia digna. Sospecho que, por desgracia, los modelos no empujan en esa dirección: interesa poco a algunos pues se pueden descubrir realidades sociales y humanas que descolocan a los más poderosos. O al menos a los más brutos. 

martes, 26 de junio de 2012

COMO BRASAS DE FRAGUA

COMO BRASAS DE FRAGUA
“El agua, por san Juan, / quita vino y no da pan.”

Quiero volverme abstemio e ignorar la existencia
del vino y aguardiente que en mi pellejo caben:
el servidor de Baco, en su conciencia, sabe
que solo es hombre sabio si entiende toda ciencia.

Me duelen los sentidos, y anula mi sapiencia
este calor sin tregua que en mi terraza cabe
cuando la tarde pesa cual piedra de arquitrabe
que aplasta cualquier prueba que intente la conciencia.

No quiero pan ni vino, me quedo con el agua,
me baño en los cadozos y maldigo las luces
que doran y que queman como brasas de fragua.

Me pongo en penitencia y a dieta me conduce
un sin vivir hirviente que apenas si me deja
contar en un soneto mi irrefrenable queja.

sábado, 23 de junio de 2012

¿CUÁL SERÁ EL SOL QUE LUCIRÁ MAÑANA?


¿CUÁL SERÁ EL SOL QUE LUCIRÁ MAÑANA?
(Para Carmen, que estuvo malita y tuvo que pasar por el quirófano)

El silencio se adensa en los pasillos
y reposa muy cerca de las camas
donde el paciente sueña pues no sabe
cuál será el sol que lucirá mañana.

Antes ha sido todo un eufemismo
de lo que se ha dejado la vida en el camino:
una tarde de risas, los recuerdos
autofagocitados en los ecos
de unos días sin pausa ni prejuicios:
el mundo está bien hecho, simplemente.

Después, como si el tiempo recordara
que hay una hora fijada, inevitable,
en la página gris del calendario,
hace sonar los ecos que transmiten
olores a boticas y anestesias,
perfumes rebotados de quirófanos
entre susurros blancos y uniformes
que se mueven al son despreocupado
del protocolo usual y rutinario.

Y hay esa exactitud de funcionario
que repite los gestos con claro automatismo,
mientras que, de repente,
se van la luz y  el mundo
como huyendo por todas las esquinas.

“¿Dónde están los mojones
que delimitan cuál es ya mi cuerpo?
Conozco mi principio y lo recuerdo,
pero ando en un presente oscurecido
que se agota ahora mismo…
Y el resto es simplemente fondo negro,
desasimiento inútil,
una entrega absoluta,
sin plazos ni convenios,
en manos tan extrañas
y en el lento desmayo del olvido.

Me gustaría dormirme solo un rato,
soñando con volver a ser muy pronto
testigo con vosotros
de la certeza exacta del futuro.”

“Duérmete, que si sueñas
ese sueño plural en el futuro,
nada podrá exigirte
tu presencia en el mundo del olvido.”

miércoles, 20 de junio de 2012

MI HISTORIA DEL AVICORNIO

El pasado día 15 de este mes se dio a la luz el libro digital titulado El Avicornio, una suma de disparatadas aproximaciones al reconocimiento de un pajarraco fabuloso que se ha situado en las sierras de Béjar. Me invitaron a participar y lo hice con gusto. Y con una única intención: tratar de ayudar a la desmitificación de la que tan sobrados andamos por estos lugares. Me divertí mucho con mi Avicornio. Aquí está mi aportación.

DE LA VERDADERA HISTORIA DEL AVICORNIO

Corre por cielos y tierras,
sin fuentes verificables,
una historia fabulosa
que no se creyera nadie
sobre el origen incierto
de un volador formidable
pues que da miedo su forma
si a la vista se mostrare.
Nadie supo dar noticias,
pues nadie lo ha visto antes,
ni supo decir su forma
ni sus acciones contarme,
salvo un anciano hechicero
de presencia venerable.

Escuchad, amables gentes,
pues es la historia más grande
que en el mundo sucediera,
y que el juglar va a narrarles.
(¿Qué te parece, muchacho,
cómo atiende el respetable?)

Eran tiempos muy antiguos,
cuando la natura estaba
tranquila y en santa paz,
serena, en feliz Arcadia,
cuando los seres vivían
en sosiego y lenta calma.
Mandó Yahvé que el diluvio
las especies anegara.
Salvó solo una pareja
que en el arca colocaba (30)
con la mano de Noé
que sí he, sí ha, si aba.
Tardó Noé muchos años
en reunir tan gran manada
pues su vejez tan longeva,
tan larga, tan avanzada,
no estaba para dar trotes,
carreras ni galopadas.
Mas los designios de Dios
nadie se los explicaba.

Allí viérades leones,
las tortugas, las chicharras,
elefantes, bueyes, tigres,
peces, caballos o cabras,
todo tipo de animales
que un gran barco soportaba.
¡Cuánta disputa entre ellos!
¡Cuánta fiesta desatada!
¡Cuántos cruces indiscretos
sin que Noé dijera nada! (50)
Acaso porque el barquero
-las malas lenguas lo parlan-
con sus últimas pasiones
en la lid participara.

Del cruce de un cervatillo
y de una hermosa avutarda
nació un ave misteriosa
que a todos maravillaba.
Tomó del padre un gran cuerno
que en la frente le brotaba
y de la madre las plumas
que le sirvieran de alas.

Todos en el barco admiran
el cuerpo que presentaba
y cuidan al ser extraño,
lo complacen y regalan.
Lo bautizan avicornio,
por el cuerno y por las alas;
a volar y a darle al cuerno
con rapidez le enseñaban. (70)

Pero las aguas descienden
y el diluvio terminaba.
Cada pareja se extiende
por oteros y majadas,
por parajes muy extraños,
por valles y por montañas.
Nuestro avicornio está solo
pues que pareja no hallaba.
En su soledad se siente,
como ave con cuerno, extraña.
Desde lo alto de un gran risco,
una preciosa mañana
emprende vuelo sin rumbo,
por donde el sol caminaba.
Atrás deja en el oriente
al unicornio y su fama,
tal vez pariente cercano
y de estirpe muy preclara,
y en vuelo tendido y suave
llega a las tierras de Hispania. (90)
(Niño, la bandeja toma
y la limosna repasa,
que la emoción se acrecienta
y la rima se me acaba)

Nuestro avicornio en el aire
vuela y sin parar cornea
a toda ave que en el cielo
se encuentra por estas tierras.
Baja hasta los hondos valles,
las montañas y riberas, (100)
y siente como algo suyo
todas las tierras aquellas.

Pero de todas elige,
para aposentarse en ellas,
las que conoce en su vuelo
que bordean la meseta,
tierras con montes nevados,
con caminos y veredas,
con saltos de agua y con lagos,
con prados y torrenteras,
con paisaje que es lujuria
en sus bosques y praderas.
Son las sierras bejaranas
que complacen sus querencias. (114)

Aquí caza y aquí anida,
aquí sus días recrea;
cuando los calores vienen
su descendencia procrea.
Las gentes de estas comarcas,
montaraces y guerreras,
pronto quieren darle caza
porque es más ave que fiera:
están más acostumbrados
a los musgos y a la abeja
que han de ser después efigies
en medio de sus banderas.
(Niño, espabila y apura
la recogida  y empieza
a buscar dónde guardarla
por que no desaparezca) (130)

En unos tiempos remotos
-nadie de ellos pone cuenta
por no descubrir que aquello
no es verdad ni cosa cierta-
dicen que por estos montes
donde el avicornio hiciera
sus asientos y sus nidos,
sus vuelos y sus piruetas,
quisieron vivir los moros
en conquista duradera. (140)
Cristianos se arman entonces
con musgos de las laderas.
Ayudan los unicornios,
los dragones, las abejas;
todos, semejando un zoo,
la reconquista comienzan.

Allí caminan los hombres,
que nadie los conociera,
revestido todo el cuerpo
de verde naturaleza,
las abejas van delante
picando caras y piernas,
detrás vuela el avicornio
con el cuerno en la cabeza, (154)
asustando a todo el moro
que a la lucha se metiera.
Allí hiere y allí mata,
allí las vidas entrega
en los brazos de la muerte
de todo el moro que viera.

Cuando la lucha acababa
y el castillo se venciera,
dicen misa, soplan gaitas
y grandes fiestas hicieran.
Los avicornios, alegres,
por el cielo las banderas,
los pendones y estandartes
de la victoria flamean
y, colgadas en el cuerno,
todas enseñas ondean. (170)

Deben saber los oyentes
que en la conquista de Béjar
el avicornio fue enseña
de valor y de fiereza,
de lucha a cuerno partido
contra toda fortaleza.
Bien merece el avicornio
figurar en su bandera.

(Niño, ¿cómo va el recuento
de la limosna y las perras?) (180)

Pero pasaron los tiempos
y el avicornio era fiera
que siempre andaba al acecho
de la ayuda pajarera.
Cuando aquello de la Virgen
que en castaño apareciera,
dicen que fue el avicornio
el que a pastores dijera
que avisaran a los clérigos
de La Garganta y de Béjar,
y que aprisa por los aires
los llevaba en volandera.
Sin el avicornio nunca
la aparición se cumpliera.
Su hazaña pide una estatua
en castaño o en iglesia;
no cumpliremos con menos:
busquemos quien la erigiera.

(Vamos, niño, es el momento
de pensar en irnos fuera) (200)

Después de aquella batalla,
ave descornada y tuerta,
y de las apariciones
en castaño de la sierra,
nuestro avicornio, cansado,
viajó a lejanas tierras.
Fue un explorador volátil
en la conquista de América,
que lo llevó Andrés Dorantes
para su magna epopeya.
Allí planeó sus cielos,
allí dejó descendencia,
allí amplió sus hazañas
que empezó por estas tierras. (214)

Pero el avicornio puro,
el de la más pura cepa,
se quedó a vivir contento
en los parajes de Béjar.

Hasta las lagunas suben
las mujeres y doncellas (220)
a sentir cerca su cuerno
de tremenda fortaleza,
que anima a cumplir deseos
y a saciar ansias secretas.
Por eso se guarda en bosque,
por pudores y vergüenzas,
y en caminos y senderos
muy escasas huellas deja.

Salid, gentes bejaranas,
en busca de esa rareza, (230)
en busca del avicornio
que se esconde en estas sierras;
dejadle que forme granja
con las muy sabias abejas,
con el león, la tarasca,
con el dragón y la cierva,
y haced de él el mejor símbolo
de edificios y banderas;
que presida procesiones,
que se le recen novenas,
que se teja en el escudo
y en la más nueva bandera,
y que nadie ose dudar
de historia tan verdadera
so pena de excomunión
de la Santa Madre Iglesia.
Y que viva el unicornio
que bien vuela y bien cornea.
(Niño, vámonos deprisa
a cantar en otras tierras). 250

martes, 19 de junio de 2012

PATRIOTISMO DE SALÓN


Ayer guardé en mi cuaderno personal estas líneas. Hoy las saco a la ventana.

Cada cual pasea cuando el tiempo se lo permite, el meteorológico y el del reloj. Hoy tocó a media tarde y salimos calle Libertad abajo y calle Recreo arriba. El verano, a pesar del respiro en la temperatura, ya se anuncia y lo va haciendo, entre otras cosas, con el bullicio de los niños y de los menos jóvenes, que llenan las calles y los parques.
A uno le gusta pasear con serenidad y sin prisas, con tiempo para ver, para mirar y hasta para contemplar. Al fin y al cabo, la noche llegará lo mismo y el día siguiente también. Y en un simple paseo suceden muchas cosas dignas de reflexión.
Me llama mucho la atención el hecho de que muchísimos balcones lucen banderas españolas. Como si siguiéramos festejando el Corpus en Béjar. Nunca he entendido ese derroche banderil en un festejo, el del Corpus, que debería tener corte únicamente religioso. En realidad quiero decir que nunca lo he compartido porque, entenderlo, lo que se dice entenderlo, desgraciadamente, creo que lo entiendo perfectamente.
El caso es que, Corpus aparte, uno tiene la impresión de que nos ha dado un empacho de fervor patriótico y que lo manifestamos con la enseña tremolando al aire bejarano. Vale.
Aparco en zona azul la historia de la bandera, sobre todo la historia de los últimos setenta años, y me dejo llevar por su contemplación. Y me encuentro bien a su lado. Al fin y al cabo, no es más que un símbolo en el que se reconoce la gente que vive cerca de mí, aquella con la que sufro, peno y amo, la misma con la que, en todos los sentidos, tengo que jugarme los garbanzos. Incluso me gusta que la gente haga gala de ella y de su presencia. Claro que sin pasarse, que los botellones son complicados, y, si son de tipo místico, entonces todo se desborda y la razón se anula por completo.
Todo el mundo sabe que el pretexto para esta abundancia de banderas es el asunto del fútbol, ese campeonato de Europa que se celebra estos días. ¿O acaso esto del fútbol en lugar de ser el pretexto es realmente el texto? Por desgracia, sospecho que así es, que hemos convertido el fútbol en la razón de ser de esta comunidad llamada España por no sé cuántos días.
¿Realmente no tenemos otra cosa que ofrecer a los demás y, sobre todo, que ofrecernos a nosotros mismos? ¿De vedad que en esta piel de toro no hay acontecimientos que afectan de manera más importante a nuestras vidas? ¿Son estas nuestras principales ilusiones? Es que, al menos en términos comparativos, todo lo indica.
Qué pena. Y qué desilusión. Yo estoy convencido de que existen muchas otras actividades importantes, razonadas, ilusionantes y con proyección de futuro, que buscan el bienestar de toda la comunidad, que exigen mucho esfuerzo y no solo cualidades naturales, y que tienen detrás el empeño de gentes extraordinarias, aunque los telediarios no les hagan ningún caso.
En mi vuelta del paseo, he caminado por dos parques. En ambos he visto papeleras rotas, niños estropeando jardines, padres despreocupados de todo lo que sus hijos están estrpeando, coches a velocidades de circuito, volúmenes en aparatos de radio propios de festivales al aire libre, desocupados lelos, plazuelas ocupadas por personas que golpean con balones a los coches repetidamente sin que parezca que les afecte lo más mínimo… Todo en el mismo paseo.
Quiero seguir manteniendo una pizca de confianza en que esta comunidad es algo más que todo esto. Aunque solo sea un poquito más.
Y sigo pensando que invertir en EDUCACIÓN sigue siendo, con mucha diferencia, lo más rentable y lo más positivo.
Yo también voy a ver el partido, y soy de la Roja. También sé que se puede contraargumentar el genérico de que hay tiempo para todo y que cada cosa tiene su tiempo. Y también que en verano hace calor y en invierno frío, respondería yo. Pero a veces me dan ganas de empujar para ver si pierde pronto y hasta para que la prima de riesgo se vaya a las nubes y la bolsa baje al infierno. En fin, quién me mandaría a mí salir a pasear a estas horas, con lo bien que se hace cuando casi nadie te molesta.

lunes, 18 de junio de 2012

PASEANDO POR LA SIERRA DE FRANCIA (y 10)


                                                                 REFLEXIÓN FINAL
Andar, caminar, recorrer, patear, hollar, deambular, marchar… Qué más da. Hay tantas maneras de hacer el camino…. Hay formas espaciales, las hay temporales, las hay físicas, otras son espirituales, algunas son improvisadas, otras tienen más preparación que desarrollo… Tal vez haya tantas formas de caminar como veces se pone el ser humano en camino.
El tiempo, si es que existe y no es una medida de cada uno de nosotros, corre solo, pero los espacios los cambiamos nosotros. O nos mudamos nosotros de espacio. Esos nuevos espacios, con el discurrir del tiempo, nos ofrecen la oportunidad de concretar la representación de las cosas, esa fotografía del mundo con la que tenemos que actuar y vivir, por más que no estemos seguros de que realmente en esas coordenadas se nos dé la esencia de las cosas.
Sobre los elementos aparecidos en el tiempo y el espacio, imponemos nuestra razón para dar conocimiento de las cosas. No conocemos otra forma de razonar y de pensar.
No hay viaje sin viajero ni camino sin caminante. Los dos términos se unen en necesidad recíproca y complementaria para crear la realidad del viaje.
Si el ser humano siente necesidad de modificar los espacios y de luchar contra el tiempo, el viaje se hace atractivo y hasta necesario. En cualquiera de sus formas, pues no es el peor el que se hace desde la imaginación y sentado en una buena butaca: suele costar menos que el que pregonan a cada minuto las agencias de viaje  y contamina menos el ambiente.
Quizás el viaje hay que imaginarlo y practicarlo desde la calma y desde la mejor disposición mental para que todo lo que quiera se pegue y se cosa al viajero como experiencia nueva y gozosa.
Si el viaje se hace plural, entonces la experiencia se multiplica y se hace rica. Y eso que ningún caminante anda solo; al menos tendría que dialogar consigo mismo.
Sea como sea, el caso es que cualquier viaje anuda dos apartados vitales, uno anterior y otro posterior, en el caminante; siempre representa un eslabón más de la cadena que va formando la vida de cada uno. En él se concitan las experiencias anteriores, y en él se añaden las experiencias que ayudarán a dar mejor cuerpo al siguiente camino. Si el ser humano no tiene naturaleza sino historia, un camino en compañía significa poner en común experiencias anteriores, compartidas o no, y tratar de unir elementos comunes en ideas, aficiones o aspiraciones. En todo caso, al camino, como cualquiera otra actividad humana, significa el fin de un proceso, el logro de una aspiración, por pequeña que sea. Cuando se termina, el ser humano inicia la siguiente; y así sin descanso. Lo mejor es que entre un episodio y el siguiente no medie demasiado tiempo con la mente desocupada. La vida es una cadena de ilusiones y logros, de preparaciones y de resultados.
Estas sencillas consideraciones que aquí se hacen, sirven para cualquier camino y para cualquier actividad. También para la que tres amigos (Antonio Merino, que vino desde Cáceres; Jesús Majada, que llegó desde Málaga; y Antonio Gutiérrez Turrión, que los esperaba en Béjar) han realizado por los caminos de la Sierra de Francia. Han sido cuatro días de camino, de senderos diferentes, de horarios desacostumbrados, de encuentro, de charla y de intercambio, de recuerdos, de refuerzo de esos recuerdos, y de constatación de que de lo que hubo quedó  y se mantiene firme. La amistad es una de las sensaciones más limpias y duraderas de que podemos gozar. Que continúe y que los caminos ayuden a estrecharla. Los de la Sierra de Francia y  cualesquiera otros que en el mundo son y han sido.

domingo, 17 de junio de 2012

PASEANDO POR LA PEÑA DE FRANCIA (9)


Los caminantes vuelven tras sus pasos y, a poco de cruzar de nuevo la carretera, toman el desvío de su izquierda, aquel que los ha de llevar por el medio de la ladera sur hasta el pueblo que estos días es cerezas, más cerezas y después todavía más cerezas.
Es una senda casi llana y soleada que enfrenta a la ladera norte de la Dehesa. La suerte del calendario hace que los cerezos muestren todos sus frutos en la mejor sazón. Son solo dos o tres kilómetros los que separan la cima del valle del pueblo, pero el camino se hace interminable. Se hace así porque los caminantes lo quieren y porque la tentación de las cerezas impide que lo hagan con más rapidez. Aquí todo está a pedir de boca. Y la boca pide, los ojos hechizan, el estómago agradece y la cabeza se desentiende de toda regla de contención. A un cerezal de un tipo irresistible le sucede otro de un tipo todavía más atractivo. Y así hasta las mismas calles del pueblo de Monforte, llenas todas ellas de cerezos cargados hasta los topes y con sus ramas abangadas de peso hasta casi el suelo. Menos mal que el tiempo anda tibio y se compadece del estómago de los caminantes. Qué sabia es la naturaleza. Uno de los caminantes recuerda que hace unos años le encargaron el pregón de la fiesta de la cereza en Mogarraz y no pudo asistir. Hoy bien que lo siente e imagina lo que se perdió. Otra vez será.
En la entrada del pueblo de Monforte han creado los habitantes una cooperativa de frutas. Es tal vez la fórmula menos mala de comercializar las cerezas. Porque los años no vienen siempre bien y los precios andan siempre bajos y al antojo de los compradores. Eso es lo que afirma una buena mujer, que sale de la cooperativa y marcha hacia su casa, mientras indica a los caminantes la mejor senda para bajar hasta Cepeda y cerrar el círculo del camino de hoy.
Todo es un mar de cerezos y de cerezas también en el descenso. Ahora ya el sol aprieta más, los estómagos andan llenos y la precaución invita a los caminantes a medir sus puñados de fruto. Al final de la cuesta, casi toda asfaltada, una amplia pista de tierra se abre camino muy cerca del riachuelo. Un lugareño la cruza con una furgoneta que levanta una enorme polvareda. Los caminantes se apartan de ella con prisas, el buen hombre piensa que están asustados y para:
-          ¿Por qué se asustan ustedes?
-          No nos asustamos, es que su coche levanta demasiado polvo.
El buen hombre siguió su camino sin entender nada y con cara sorprendida.
Hasta en situaciones tan sencillas se resume la manera de vivir y de sentir de las personas.
Es mediodía y los caminantes alcanzan a pie el cruce en el que habían dejado el coche unas horas antes. Todavía hay que callejear por Cepeda antes de comer.
Es este, de nuevo, un pueblo serrano que mantiene bastante bien el tipo de construcción de la zona y que conserva el sabor de lo viejo remozado. Sus calles son estrechas y su plaza mayor inclinada. En una de sus esquinas piden información a un vecino que resulta ser originario de Béjar. Parece que conoce muy bien la historia del lugar pues, en pocas palabras, da buena muestra de ello. La iglesia parroquial también aquí está cerrada pero un vecino, que dice ser el encargado de tocar las campanas de la torre, también aquí exenta y con clara misión de vigilancia, se empeña en explicar a los caminantes algo de la historia de la misma y de sus muchos sillares redondeados, acaso procedentes de columnas de otro lugar. Tal vez el paisano anduviera también tras alguna recompensa económica. Tal vez. Desde ese punto se domina buena parte del frente que es ladera ascendente hacia La Alberca y hacia la Peña, y el cauce del riachuelo que se abandonará en el Alagón un poco más abajo, en el término de El Soto.
La senda del día ha sido circular y se ha abierto y cerrado en Cepeda. Lo demás es cosa del coche.
Hay que comer y el mejor sitio del contorno, piensan los caminantes, es La Regajera, un paraje a orillas del río Francia y a los pies de Miranda. Vamos allá. Apenas unos minutos y lo topamos al final de una corta recta y a los pies de un puente.
El lugar es paradisíaco, pero tiene dos dificultades para los caminantes: en el restaurante, lleno de turistas que han llegado en autocar, no les permiten sentarse a la mesa ni siquiera si compran la bebida; además, las olmas han dejado el suelo lleno de flor blanca y pegajosa. Pero no hay que arredrarse. Los caminantes se hacen sitio como pueden al lado del río y allí dan buena cuenta de las viandas que llevan. Allí la bota sabe mejor y hasta el aguardiente que les ha regalada Manolo Casadiego en Béjar se saborea con más gusto. El agua sigue su camino alegre y fresca, como con todas las fuerzas intactas. ¿Sabrá el agua del río el camino que le espera y el fin que le aguarda? Benditas sean las aguas de estas sierras y todas las aguas, fuentes de vida siempre y signo y ánimo para los caminantes.
Tras la generosa comida se impone siempre una siesta. Mejor que al lado del agua, en ningún sitio. Pues no puede ser. Las razones indicadas lo impiden. Poco importa, se buscará otro lugar.
Lo mejor será ahora subir hasta Miranda y pasear por sus calles. Arriba.
Miranda es el pueblo más señorial de la Sierra de Francia. Es sus calles asentó el ducado de Miranda. La historia anda por ahí y no es lugar para glosarla. Los caminantes lo saben.
El castillo, las calles, las edificaciones, las callejuelas que cruzan la calle larga, los torreones, los miradores, las murallas todas. Desde cualquier mirador de la muralla es muy sencillo evocar algo de la historia de esta comarca y de la forma de vida de sus habitantes. Ay la historia de estos pueblos. Y de todos. Para llorar y desesperarse.
Los caminantes se detienen en alguno de los miradores de la muralla y contemplan un panorama casi circular, desde lo más alto de la sierra hasta el mismo lecho del río. El condesado bien sabía dónde plantaba sus reales.
Es media tarde cuando los caminantes salen de Miranda camino de Béjar. ¡Y no se han bañado! ¡Ni han dormido un rato de siesta!
Villanueva del Conde, Garcibuey, las Puentes.
-          Para, para, que aún falta algo.
El coche se detiene unos metros antes de la bifurcación de la carretera, en el ramal que indica hacia Valero, el pueblo de la miel y de la vida, el pueblo de la niñez de uno de los caminantes, el pueblo de tantísimos recuerdos para él. Esta vez no ha tocado ir por allí. Otra vez será.
Junto a un viejo puente romano bien conservado, las aguas del Alagón se remansan en un charco propicio siempre para el baño y para el descanso del cuerpo. Hoy, vaya usted a saber por qué extraña razón, las aguas no están demasiado claras. Pero el paraje es tan sugestivo, que los caminantes se dejan caer en unas arenas que bordean el charco. El sueño se apodera enseguida de ellos. Menos de uno, que anda empeñado en hacer fotos y que, al cabo de un buen rato, vuelve con los pies y el calzado encharcado. Qué vergel y qué silencio. Tal vez faltaba el sitio más apacible de los días del camino y estaba escondido allí, como de postre para los caminantes.
Repuestas las fuerzas y sin ninguna gana de moverse de allí, los caminantes tienen que volver a cruzar el puente y a subirse al coche que, carretera arriba los lleva hasta Cristóbal, desde donde las cimas de la sierra de Béjar los esperan. Un rato más por las llanuras del Sangusín y el paisaje de las laderas bejaranas en el frente.
La tarde está cayendo. El viaje ha terminado. Los caminantes descansan un rato en una terraza mirando la escasa nieve que queda colgada en la cima de la sierra de Béjar. Es el momento de la despedida pues cada uno tiene que seguir su camino.
Los días de sierra y de caminos empiezan a quedar atrás. Aún quedará tiempo para caminar desde el recuerdo o desde las líneas escritas. Un empeño se ha cumplido. Cuando se termina un empeño en la vida, hay que buscar uno nuevo. Si no se hace pronto, pueden llegar la monotonía y el dolor. Hay que saber matar el tiempo. Se hará. Que no sea muy tarde.

PASEANDO POR LA PEÑA DE FRANCIA (8)


                                                           LA ZONA SUROCCIDENTAL
Los caminantes despiertan perezosos y cansados para emprender el último camino. Es el cuarto día de trechos y de sendas, de senderos y de caminos, de pistas y hasta de carreteras. La programación es la que es y no da para más. Han entrado a la comarca por la zona sureste, han pateado los caminos de la sierra alta, se han dejado el sudor y el cansancio en las Batuecas y solo queda rendir tributo y patear la zona baja de la ladera y del valle, aquella que linda con Cáceres, donde deja las aguas del Alagón, ya contentas y generosas con todos los riachuelos y regatos que bajan por la falda de la montaña.
A buena hora, los caminantes saludan al día, desayunan y recogen sus pertenencias. Las preparaciones y las previsiones no han sido muchas, pero las provisiones han resultado sobradas y todo ha de tener su utilidad. Así que recogen utensilios, hacen las camas, procuran dejar todo limpio en la casa que tan amablemente les han prestado y, de nuevo con un día entreverado de nubes altas y de fresquito en el ambiente, dicen adiós al hermoso pueblo de la Nava de Francia, espacioso y solitario, amplio y silencioso.
La carretera que conduce a La Alberca apenas está transitada. Los establecimientos del Casarito están cerrados. Los caminantes, ahora viajeros, contemplan por última vez la vertical de la montaña desde sus mismos pies. La falda sigue verdeada por los robles y un poco aterida por el fresquito de la mañana.
Poco tardan los viajeros en llegar a La Alberca. Hoy no paran pues tienen víveres suficientes para el día y quieren empezar la caminata cuanto antes. El coche enfila la carretera que, en descenso continuado les lleva hacia la parte más honda de la sierra, hasta el cauce del río que recoge todas las aguas, las angustias y las alegrías que la sierra quiere verter, el río Alagón.
La primera parte, por carretera que parece de reciente construcción, amplia y segura, sigue entre robles y verdes continuados. Aún la altura es mucha y la naturaleza sabe qué representantes tiene que colocar en cada cota. Desde algunos miradores, el panorama que se ofrece a la contemplación es amplísimo y muy agradable. Paran en uno de ellos, solo el tiempo suficiente como para poner en balanza los deseos de la contemplación y la necesidad de abrigarse ante la brisa fresca que ondea en las ramas de la ladera. Allí donde la naturaleza marca sus normas, el arbolado cambia y los robles dejan paso a los árboles de cotas bajas. Entre ellos destaca la presencia, cada vez más abundante, de los cerezos.
Los caminantes buscan, para iniciar el camino, el pueblo de Cepeda. Una vez más se despistan y enfilan una carretera mucho más estrecha que conduce hacia Mogarraz. Hermosísimo pueblo este, pueblo en el que árbol es sinónimo de cerezo y cereza es igual que fruto abundantísimo y de sabor inigualable. Pero los caminantes quieren el lecho del río y la senda que se habían marcado. Un paisano, este bien enterado y con la seguridad de la sencillez, les indica la vuelta hacia atrás y las tres veces que tienen que tomar la desviación a la izquierda de la carretera.
Cepeda recibe a los viajeros en el cruce de la carretera que, procedente de El Soto, apunta hacia la capital de la provincia, tan lejos de allí y tan olvidada por los que hoy solo quieren caminos. Caminos y cerezas, porque a comerlas en los árboles han venido y esta es zona de abundantísimo fruto. Está Cepeda subida en un altozano y, en ese altozano, todavía la torre destaca, robusta, en lo más alto. Será a la vuelta cuando paseen por las calles de este pueblo serrano.
De momento enfilan la carretera hasta el puente que marca el desvío hacia Herguijuela. Es el camino de la Dehesa, senda que uno de los caminantes ya ha hollado antes y que quiere enseñar a sus acompañantes. Lo que ha sido huerta y frutales se convierte, como por encanto, en bosque densísimo, sobre todo de madroños. Seguramente los caminantes nunca habían visto antes tanta madroñera junta. Es ésta zona de parque natural y muchas parcelas que antes se han cultivado ahora andan abandonadas y se han dejado ganar por la fuerza inmediata de la naturaleza. El sol, como en las jornadas anteriores, va ganando nitidez y dejando el día claro mientras envía algunos rayos que se cuelan entre las ramas de los árboles.
Pasear por los caminos de la Dehesa es sencillamente un lujo para los caminantes. Aún se pueden ver los terrenos aterrazados y algunos canales que sirvieron para la conducción del agua necesaria para los riegos en las huertas.
Hay tiempo en esta umbría para el descanso, para las fotos, para la charla, mientras la senda asciende muy suavemente en busca del siguiente valle. Afirma Ortega que el ser humano no tiene naturaleza sino solo historia. Tal vez la conversación tampoco tenga naturaleza sino solo historia; acaso los contextos la condicionan y la seleccionan en temas y en formatos. Los caminantes en la charla de la umbría seguramente también están recogiendo las experiencias anteriores, los puntos de vista que cada uno ha ido conformando acerca de diversos asuntos y lo que la actualidad les sugiere. Caminan por cara norte y observan cómo el regatillo y el sol cortan el valle en dos mitades, con vegetación totalmente diferente. Allá al frente están los cerezos, cargaditos de fruto. A ellos irán, pero será después de acercarse hasta Herguijuela.
No tardarán mucho pues, en cuanto cruzan la carretera de ascenso hacia La Alberca, divisan, en el valle que apunta más hacia el oeste, el pueblecito soleado que buscaban.
El cambio de orientación en la bajada cambia también el tipo de arboleda. Aquí están los olivos y aquí están también los cerezos y las huertas.
El pueblo se dibuja en una especie de cola de escorpión, con huertas en el medio, sobre todo en la orientación sur. A los caminantes les gustaría verlo más compacto, como con la necesidad de unos vecinos respecto de los otros. Como está acostado en la ladera sur, todo en él es sol y luminosidad, incluso en su calle más larga, por la que los caminantes entran buscando la plaza y la escuela.
La Plaza está señoreada por un olmo centenario al que dan borde unos escalones circulares. Su tronco y sus ramas tienen que haber sido testigos de buena parte de la historia de las gentes de este pueblo, incluso de aquellas en las que, a toque de campana, se reunirían todos juntos, bajo la luz del sol o los rayos de la luna, para dilucidar sus controversias y para hacerse un poco más llevadera la vida.
En la escuela de Herguijuela ha ejercido toda su vida Lorenzo, un maestro vocacional al que conoce, de algunas caminatas, uno de los caminantes. Quieren saludarlo y hasta la escuela que se van. No hay suerte:
-          Don Lorenzo se ha jubilado y ya no ejerce.
-          ¿Y dónde podemos encontrarlo?
-          Vive en la otra zona del pueblo. En un sitio que llaman el castillo.
-          Gracias.
Les ha recibido amablemente una maestra que atiende una escuela unitaria en la que se concentran unos diez niños procedentes de tres pueblos distintos. Tal vez Lorenzo viva en un castillo como señor del lugar, comentan entre sonrisas los caminantes.
Aún tienen tiempo para sacarse unas fotos al lado del árbol centenario para las que se presta voluntario un joven que ha aparecido en un coche y que enseguida ha conocido a uno de los caminantes de sus años de estudiante en un instituto.
Cuando vuelven, sin prisas, por la calle larga, contemplando la arquitectura popular del pueblo, aparece Lorenzo en dirección contraria. Lorenzo es un caminante eterno que conoce las sendas y los senderos de estas sierras casi como se conoce el cabrero de Valero los escondrijos de las Quilamas. Con él charlan los caminantes durante unos momentos y él les indica el mejor camino para dirigirse hacia Monforte, el segundo pueblo de la ruta del día.