miércoles, 4 de abril de 2012

UN SINDIÓS


                           NO PODÉIS SERVIR A DIOS Y A LAS RIQUEZAS”
Mateo 24
Aquí no hay más dios que el dinero y esto así es un sindiós. La Semana Santa, que tendría que se el mejor ejemplo para separar la religión y el dinero, resulta ser uno de los mejores exponentes de su maridaje. No hay pueblo que se precie que no ande a la greña por conseguir que sus procesiones alcancen notoriedad y atraigan al mayor número posible de visitantes. De esa manera, sus restaurantes se llenan, sus bares no se vacían y los comercios justifican su apertura. No quisiera caer tampoco en posturas maniqueas, pues algo de devoción quedará por los adentros, pero me parece que la balanza se vence sin remedio por el lado del turismo y de los euros.
Pero no solo ocurre con las manifestaciones religiosas. Que el dinero es el único dios al que todo se supedita lo demuestra la realidad en todo momento y lugar. Lo que huela a dinero está bien y siempre queda justificado a pesar de cualquier atropello; lo que no, sencillamente no existe o no interesa. El bosque anda plagado de árboles de esta especie.
En la ciudad en la que vivo, los equipos de gobierno se han afanado en dar facilidades especiales (permisos, solares, exenciones…) a cualquier proyecto que, sobre el papel, ofreciera la creación de algún puesto de trabajo. Después, la realidad se ha mostrado siempre mucho más gruesa y cargada de grises, cuando no directamente de engaños. La tentación es grande y las presiones ciudadanas lo son también. No es sencillo sustraerse a ellas. Baste para considerar el ejemplo de la Condesa. ¿Se imagina alguien qué habría sucedido si se hubiera rechazado en el Ayuntamiento? Es solo un ejemplo local.
Estos días asistimos a una lucha sin cuartel, por parte de los representantes públicos de Madrid y de Cataluña, para hacerse con un complejo que llaman Eurovegas y que, por el nombre y antecedentes, bien se puede entender qué tipo de actividad se puede desarrollar en él, qué escala de valores es la que sustentará su uso y cuánta dudosa legalidad campará por sus respetos en sus salas y en sus mundos. Una joyita. Pues ahí andan, bajándose los pantalones hasta ver quién consigue la pose más indecorosa con tal de poder decir que se llevan el proyecto y que el PIB subirá temporalmente no sé cuánto.
Mientras tanto, las personas que se hallan en paro laboral miran al cielo, esperando cualquier maná que les ayude a situarse en la estructura y en la rueda de la vida y del sistema actual. Cuando la situación es de crisis, en muchos casos jaleada para poder actuar con las manos libres sobre ella, entonces la tentación se torna casi irresistible y un buen número de personas se opone a cualquier razonamiento y posibilidad que no incluya, a cualquier precio, ese dorado maná del puesto de trabajo. Tienen toda la disculpa del mundo, pero no es precisamente seguro que tengan razón.
Sigo creyendo en la necesidad de pensar con calma, de nuevo, en las bondades o maldades del sistema que nos obliga a casi todo y que nos conduce como corderitos en su seno. Humildemente vuelvo a formular la pregunta acerca de si hoy se cultiva el mismo número de tomates, de patatas o de arroz que hace cuatro años. El sentido común me responde que sí, e incluso me asegura que más. Entonces yo le respondo que lo que nos falla no es la producción sino la distribución. E inmediatamente caigo en la cuenta de que es el sistema el que realmente nos falla, o nosotros defendiendo ese sistema. Y me pregunto si no habría que repensarlo, si no habría que darle una vuelta al asunto por si acaso descubriéramos que hay que cambiarlo por otro en el que la persona sea la base de todo y no los dineros, por otro en el que no exista mayor valor que el de ser persona precisamente, por otro en el que unos pocos no puedan imponer su voluntad a la mayoría de los ciudadanos.
Y, cuando llego a esta parte del razonamiento, me desanimo y me pierdo en mi impotencia y me digo si no seré un analfabeto o un iluminado. Y a veces me indigno y respondo con un respingo irreverente: “anda y que os den, que yo, de momento, llego a fin de mes”. Y enseguida reconozco que esa no es solución.
Así que, entre eurovegas y semanas santas, se me va pasando el tiempo, sin saber encontrar alguna otra forma que me deje un poquito más satisfecho.
Tal vez mi nieta, que vendrá pasado mañana…

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