domingo, 22 de abril de 2012

INSIGNIFICANCIAS


Volvía ayer noche del teatro hacia mi casa. No había pasado mal rato viendo en escena una obra que tenía de base la interpretación de un grupo de canciones y la protesta descarnada de la situación en la que se hallan todos los que están privados de libertad. La desmitificación me gana inmediatamente, y allí la había. Como, además, uno de los actores tenía una bis cómica marcada, mi risa fluyó fácil y continua. Un buen rato.
A la vuelta -eran casi las diez-, me encontré con una persona que caminaba solitaria por una calle estrecha. Me confesó que paseaba porque no tenía temple para ver el partido de fútbol que se estaba retransmitiendo por televisión, otro de esos partidos del siglo que enfrentan tantas cosas, no solo desgraciadamente deportivas, entre los equipos del Real Madrid y el Barcelona. Le pregunté por el resultado y me confesó que le parecía haber oído que el equipo blanco había marcado un segundo gol. Ya se ve que el hombre prefería la soledad, pero que no se dejaba pasar por alto la información. Entré en mi casa y puse la radio. A los cinco minutos, terminaba el partido.
Sigo pensando que, en estos enfrenamientos, por desgracia, se ponen en juego muchas cosas, demasiadas; el deporte aquí es soporte de un árbol con muchas ramas largas y engorrosas que tienen frutos y espinas sociales, políticas y de muchos tipos. Por eso, seguí algunas informaciones posteriores en televisión y en radio.
Hay resultados que propician ciertas catarsis colectivas y este me pareció que era uno de ellos. Tal vez porque el equipo ganador no se veía en tal situación desde hacía años o acaso porque sencillamente los medios de comunicación -otra vez los medios- la habían propiciado con imágenes, declaraciones, comentarios… Este negocio les afecta tanto a ellos como a los jugadores y a los clubs, y no vivirían en los mercados sin caldear los ambientes.
Escuché y vi algunas declaraciones de periodistas propias del forofo más trastornado, llenas de insultos y de sumisiones a los campeones; oí razonamientos absolutamente infantiles a otros periodistas tratando de explicar las causas de la derrota de su equipo perdedor; y vi enfrentamientos verbales en televisión que más bien parecían propios de taberna en horas de madrugada.
Por lo que pude observar, y a pesar de que no soy yo precisamente el que pienso que el aficionado, por el hecho de ser tal, tiene derecho a todo, creo que el comportamiento de los mismos ha sido relativamente comedido.
Y, sin ninguna duda, los que se han salvado de la quema son los jugadores, cuyas manifestaciones, salvo excepciones que yo no conozco ni vi, fueron prudentes y amistosas.
Las reacciones se repiten una y otra vez cuando se juega este partido. ¿Por qué? ¿Por qué hay que mantener este montaje cuando es fácil entender que no es mala la expresión contenida de las emociones pero que todo se estropea cundo no se controlan y se usan para vejar y hasta para humillar al contrincante? ¿Por qué vivir siempre a la contra y no en sentido positivo y con ánimos de mejorar? Volveré a repetir una pregunta infantil que me hago nuevamente: ¿acaso para ganar no necesitamos que haya alguien que pierda?, ¿es que no se pueden volver las lanzas cañas en cualquier momento? Ahí mismito se presenta una nueva posible ocasión en el mes de mayo. ¿Qué pasará si el resultado final es diferente? Desgraciadamente, que volveremos a reproducir los mismos excesos pero con protagonistas representando papeles distintos.
Los medios tienen casi todo que decir en estos ambientes, sobre todo si entendieran o entendiesen que el fin de sus negocios no justifica cualquier camino para conseguirlo.
Hoy luce un sol espléndido. Parece como si la naturaleza también necesitara que los resultados cambiaran. Por estas latitudes parece que se ha producido como una catarsis colectiva, a pesar de los muchos seguidores del club catalán y de su desencanto. A mí mismo también, sin alharacas, me ha parecido bien que ganara el equipo madrileño.
Pero sin apabullar, oiga, que esto no es más que un juego. Y la vida es mucho más que esta insignificancia.

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