lunes, 19 de marzo de 2012

PATRIMONIO DE TODOS




Me escandaliza ver cómo se apropia el personal de las palabras y de las ideas de los otros. Y tal vez no tenga del todo razón porque cualquier cosa creada es ya patrimonio de quien la quiera tomar. Yo mismo no hago otra cosa que apropiarme el significado de lo que leo y de lo que oigo, hasta convertirlo en un pretexto para organizar mi mente y mi vida.
Pero me escandalizo de las exageraciones, del cambio total de códigos, de la falta de pudor y de honradez, de la doblez absoluta de las chaquetas.
Creo que es lo que está sucediendo estos días con el asunto de la constitución de 1812, con La Pepa. Como la opinión publicada es patrimonio, en su casi totalidad, de la derecha “menos calmada”, prohíjan sus comentaristas interpretaciones de la misma que uno no sabe de dónde las pueden sacar.
Sería bueno, para empezar, saber con exactitud cuántos la han leído con atención. Copio solo los tres primeros artículo del Título Primero:

Artículo 1: La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios.
Artículo 2: La Nación española es libre e independiente, y no es, ni puede ser, patrimonio de ninguna familia ni persona.
Artículo 3: La soberanía reside esencialmente en la nación, y por lo mismo pertenece a esta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales.
Enternece -por no decir otra cosa- pensar en las interpretaciones interesadas de las intenciones que la Carta incluía. Ya se ve adónde ha ido a parar eso de “los españoles de ambos hemisferios”. Y es que no hace falta ser historiador para comprender que todo hay que situarlo en un contexto, y que nada se explica con certeza si no es atendiendo a las coordenadas que lo condicionan y lo certifican.
¿Qué se les puede decir del artículo segundo tanto a los centralistas como a los nacionalistas disgregadores? ¿Y a los que defienden la individualidad y la propiedad por encima de toda otra consideración? ¿Y a los que están a favor de esos bancos, más poderosos que la suma de los ciudadanos que los acogen?
Hay un concepto que, según mi opinión, ilustra mejor que nada este asunto de las interpretaciones torticeras, que no atienden a los contextos en los que se generan las cosas. Se trata del concepto de “liberal” y “liberalismo”. Se suele definir esta constitución como un texto liberal. Y a esa acepción se acogen muchos para hacerla suya y acogerse bajo el manto de su devoción. De hecho, en nuestros días toma fuerza una manera de entender la vida que se denomina a sí misma liberal y que quiere enlazar con las palabras de esta constitución. Por eso no tienen pudor en asomarse a sus proclamas y en arrogarse la única representación de los ciudadanos para celebrarla. Incluso dan de lado y no invitan a los demás a esos actos lustrosos y fotogénicos de celebraciones. Me parece una falta de respeto intolerable.
En la ciudad de Cádiz se reunió gente de muy diverso pelaje, lo hizo en unas circunstancias muy especiales y alumbró un texto hijo de las circunstancias excepcionales que se vivían. La mejor prueba es que duró muy poco y que muchos de los que allí estaban volvieron a su situación de privilegio alentando el grito de “vivan las cadenas”.
Por supuesto que en el texto hay ideas revolucionarias para la época. También es cierto que acoge imposiciones y privilegios para las clases más poderosas, sobre todo de la iglesia y de los terratenientes. Naturalmente que supone un avance extraordinario pues, por primera vez, concibe a la persona como ciudadano y no como siervo. Y muchos avances más. Por supuesto.
Pero desde aquellas fechas ha llovido mucho, a pesar de la sequía presente, y aferrarse al tenor literal de esta constitución es mostrar la patita del que no anda muy dispuesto a dar un paso al frente para adelantar en derechos y en bienestar.
Incluso estoy dispuesto a otra concesión. Me apunto al liberalismo de La Pepa. Al de La Pepa, no al que algunos extraen a su gusto y beneficio. Bien debería saberse que enseguida se separan dos tipos de liberalismo en el siglo diecinueve, uno inmovilista y otro innovador y hasta revolucionario. Casi todos los pontificadores actuales son siervos del primero. Están en su derecho. Pero que no engañen ni se hagan portavoces de lo que no está escrito, y que no olviden que lo escrito pertenece a unas circunstancias especiales de comienzos del siglo diecinueve. Han pasado doscientos años.

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