domingo, 29 de enero de 2012

NOVELAS Y SERIES


Mis ritmos de lectura han sido muy variados a lo largo del camino, ya tan extenso y largo. Comencé con la vista en las páginas mucho más tarde de lo que es normal pero desde entonces no he parado de abrir y cerrar libros.
Ahora mismo siento que ese ritmo vacila un poco más, incluso me impongo algún receso sin gastarme la vista. Pero creo que el cambio más importante se ha producido en la elección de los textos que pongo bajo mis ojos. Antes exageraba diciendo que leía hasta el papel del váter; ahora…
¿Hacia dónde han ido mis gustos? Pues, sin dejar de fondo la narrativa clásica y la poesía, me inclino más hacia el mundo del ensayo e incluso de la filosofía. Creo que esta tendencia se ha acentuado en los diez últimos años.
Más que esta pequeña confesión personal, sin más importancia para nadie salvo para mí, me interesa dejar unas gotas de reflexión acerca de los tipos de lectura. No necesitará ninguna comprobación la afirmación de que el noventa por ciento de las lecturas del lector “normal” tienen que ver con la novela en sus diversas facetas, pero, sobre todo, con la novela de estructura simplemente narrativa: una historia con un principio, un desarrollo y un final. Es lo que más se escribe, lo que más se vende y lo que más se lee. Algunos novelistas pueden aspirar a vivir muy holgadamente de su escritura e incluso son reconocidos socialmente. Es más, no se arriesga nada si se afirma que es el personal femenino el que más lee este tipo de obras.
No seré yo quien ponga palos en las ruedas de este carro, pero tampoco me gustaría ponerme delante como palmero y adulador inconsciente.
¿Qué se reproduce como esquema general en un libro de este tipo? Pues una historieta que tiene que estar bien narrada, con un ritmo adecuado, guardando unas formas externas y con el morbo oportuno para mantener la atención. Que nadie busque más elementos porque tal vez no los encuentre nunca. Al fin y al cabo, una obra literaria no es otra cosa que un contenido cualquiera, concretado con palabras y que intenta crear en el lector cierta emoción. Y lo mismo para el resto de las artes. A ver si podemos desmitificar un poquito el arte también, que no pasa nada. Palabras, organización y emoción conforman todo.
Pienso con frecuencia en buena parte de lo que se nos ofrece a diario en los medios de comunicación en forma de series y películas. Y, aunque sea muy políticamente incorrecto, no observo tantas diferencias, salvo, tal vez, en el nivel de elaboración. Cualquier serie al uso se basa en las palabras pero se enriquece con las imágenes y con otros elementos que están vedados a las novelas escritas. Naturalmente, los guionistas organizan y seleccionan los elementos  en una distribución más o menos acertada según los casos. Y el morbo y el intento de emoción lo venden por toneladas. Incluso creo que el grueso de seguidores de estas series y películas tiene características similares o iguales a las que tienen los lectores de las novelas citadas.
Y una parte de la sociedad -yo incluido, desde luego- despotrica contra mucho de lo audiovisual y ensalza lo impreso en libro. Algo pasa aquí que no encaja en mis cortos razonamientos. ¿No es tan positiva y beneficiosa esta literatura como se valora? ¿Se debe considerar más la expresión audiovisual, incluso la de las series que parecen más elementales? No es un asunto de poca importancia pues ahí anda buena parte de nuestra sociedad a diario, matando el tiempo o dándole a la imaginación, y, en definitiva, conformando su manera de sentir y de pensar.
Qué bueno sería comparar en qué se parecen y en qué se diferencian, y cómo reflejan sus verdaderos mundos, “El Quijote”, por ejemplo, y alguna serie como “Amar en tiempos revueltos” o “Cuéntame”. Lo digo sin tapujos y desde mi afiliación quijotesca.
Ah, y ya se sabe que los audiovisuales nos exigen menos esfuerzo, solo el de apretar el botón.
¿Me haré esta semana seguidor de alguna serie? ¿Qui lo sa?

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