sábado, 28 de enero de 2012

EN CRUCE DE CAMINOS



Por muchas redes sociales que inventemos, por mucho vaivén que traigamos, por mucho éxito o fracaso que sintamos o que nos den, por muchos dividendos que nos ofrezcan nuestras libretas de ahorros -o más bien números rojos-, por más procesiones que inventemos u hombres de musgo falsos que hagamos desfilar por las calles, hay elementos que siguen ahí casi inamovibles y con pocas ganas de cambiar desde que la memoria se pierde en el fondo de los tiempos. Y, además, lo hacen con voz propia, sin permitir que le busquemos las vueltas del todo y los sometamos a criterios de razón. La ciencia sigue intentándolo pero no lo tiene muy claro. De vez en cuando a uno le dan ganas de desear que esa ciencia no consiga el éxito, al menos de manera muy rápida, porque cada descubrimiento que se produce parece que le quita un manto a la cebolla y la va dejando con las entrañas al aire.
Sea, por ejemplo, el mundo y el concepto del amor. ¿Por qué el amor sigue estremeciendo? ¿Por qué en su nombre se hacen tantas cosas aparentemente sin razón? ¿Por qué es capaz de generar tantos impulsos? Las mismas preguntas se pueden trasladar a los otros ejes esenciales de la existencia: la belleza, el bien y la verdad. Las tres recogen la traslación del mundo emotivo, del mundo ético y del mundo racional. O sea, todo.
¿Quién me puede decir cómo se pesa un kilo de amor? ¿Y media arroba de belleza? Pues ¿y dos banastas de verdad?
A veces pienso en el mundo que subyace al desarrollo de la conciencia. El mundo inconsciente sigue riéndose de nosotros y continúa afirmando su poderío como si nada. Por si fuera poco, lo hace desde siempre pues -esto no parece que se pueda discutir demasiado-, antes del mundo de la consciencia, existe y actúa el reino y el poder de la inconsciencia. Y qué bien lo hace en muchos casos.
Mi nieta no puede actuar desde la consciencia porque no la posee todavía elaborada, porque no domina mecanismos de relaciones complejas. Que no se preocupe porque la cuidaremos nosotros hasta que vaya afirmándose en esas relaciones y su consciencia empiece a tomar decisiones libres y discriminadas. Todavía no tiene almacén para guardar en su memoria y toda ella es presente; somos nosotros los que guardamos su figura y sus hechos ingenuos, que más tarde le recordaremos para que ella simplemente se los imagine. Es solo un ejemplo.
Desde luego que se adivina en todo el inconsciente un punto de egoísmo ineludible, una muestra de lucha por la supervivencia, un impulso y una satisfacción ante algo que te beneficia.
No me apetece seguir tirando de ese hilo porque entonces acaso llegue a la conclusión de que hay mucho de egoísmo en este asunto del amor y en los otros  ejes de actuación humana que he señalado: belleza, bien y verdad. ¡Pero es tan disculpable y tan entendible este egoísmo!
 Por eso mi mente se divide y se contempla a veces cerca del inconsciente y otras veces sintiendo el abismo del mismo y el peligro de que su embaucamiento produzca la tontuna y la falta de criterio, el vaciamiento sublime pero, al mismo tiempo, la anulación total.
Siento que todo es verdad y que todo es un poco mentira a la vez, me instalo en la duda y puedo parecer un ser errante que no conoce bien cuál es la meta ni cuáles los caminos más fecundos. Qué le vamos a hacer.

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