martes, 24 de enero de 2012

¿DE VERDAD QUE NO EXISTIERON LOS HOMBRES DE MUSGO?



 Qué desilusión. Todo mi gozo en un pozo. Esto no se le hace a un amigo. ¿Y ahora qué hacemos con los palos del sombrajo? ¿Y si pegamos ahora a estudiar lo del asunto de la Virgen del Castañar? Uf, mejor no seguir. Desalmados, que sois unos desalmados.
He dedicado mis últimas horas libres a la lectura del libro que firman Gabriel Cusas y José Muñoz “Los Hombres de Musgo y su parentela salvaje”. Lo he hecho casi con fruición porque el tema me interesa, aunque no sé si en las variables que a los autores del trabajo. A vuela pluma se me ofrecen muy diversas sensaciones.
La primera ya me sorprende en el prólogo, de J. S. Paso, en el que escribe: “Algunos investigadores bejaranos veníamos en las últimas décadas sospechando que la tesis oficial sobre los Hombres de Musgo no se sostenía.” ¿Pero es posible que solo fuera una sospecha? No me lo puedo creer, como dijo mi nieta de dos años y medio cuando en su primera cabalgata vio a los Reyes Magos aparecer por la Corredera. Yo, que no soy historiador ni aspiro a serlo, desde siempre he afirmado, y he escrito bastantes veces, que esto es sencillamente imposible. Recuerdo, por ejemplo, que cada curso dejaba a un buen grupo de alumnos con la boca abierta cuando les hablaba de este asunto. Y lo he hecho desde el sentido común, sencillamente procurando sumar algunos elementos simples y de razón elemental. ¿Dónde están los rastros árabes? ¿Cómo se puede mover un ser humano con esa vestimenta ladera abajo para conquistar por sorpresa una ciudad amurallada? ¡!Pero si no se pueden casi ni tener en pie!! ¿Los moros estaban ciegos y no veían a los cristianos apostados en el frente mismo de la ciudad? Venga ya, por favor. Para qué seguir sumando considerandos simplicísimos y apabullantes.
A partir de esa imposibilidad física y mental, sospechar que se trata de un aprovechamiento de las clases clerical y nobiliaria no parece que necesite demasiado pesquís, que la Historia es la Historia y se repite lo que se repite. Estos mimbres se tejieron en el mejor taller durante los años de la dictadura, como fácilmente se puede entender.
José Muñoz y Gabriel Cusac han puesto, además, pie y ritmo a esa simple ecuación. Lo han hecho con medidas académicas y bibliográficas. Está bien porque parece -qué pena- que hay gente que no entiende más que lo que está paginado y se presenta en formato clásico. Bien por ellos y por su esfuerzo, aunque a mí el fárrago de los antecedentes, que se pueden extender hasta el origen de los siglos y de los espacios, me interesa menos. Incluso la valiosa aportación de datos minuciosos y documentados de la introducción de estas figuras en el paisaje de la procesión bejarana. Todavía creo que, a pesar de estos datos tan precisos, quedan dudas del momento y, sobre todo, de los motivos concretos de esa inclusión. Pero repito que estos hechos, tan técnicos y tan historiosos ellos, a mí me ocupan menos.
Las conclusiones son tan concretas como demoledoras. A todas ellas me apunto, a falta de alguna precisión acerca de esos primeros paseos de los monstruos por las calles de la ciudad estrecha.
Ver a un Hombre de Musgo es evocar elementos de la naturaleza, a la que vuelve el ser humano y en la que se siente renacido. Los juegos dan para el refinamiento y al mismo tiempo para el disfraz natural y primitivo, de musgo, de piel o de Armani. Los espacios y los tiempos de lucir esos disfraces también son muy diversos, aunque siempre mejor con el buen tiempo de cara.
Lo que es inadmisible es inventarse batallitas inverosímiles y ponerlas al servicio del poderoso a través de la religión. Y, sin embargo, así llevamos miles de años. Es que no hay manera de que aprendamos.
Por lo demás, el texto obedece a la minuciosidad, al esfuerzo y al buen hacer y saber de estos dos grillos cantores de la ciudad estrecha a los que, a pesar de todo, cualquier día vemos con el musgo a la espalda en el Corpus Christi. Sería una representación tragicómica insuperable.

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