martes, 20 de diciembre de 2011

VINO CON POSOS


Hay días que se ponen diarreicos y no hay quien los sujete en la senda del optimismo por más que uno lo intente.
Último día de clase en la UNED, en esa sede sucursal bejarana que a mí me ha dado la oportunidad los últimos cursos de seguir sermoneando acerca de los asuntos que encierra la estructura que llamamos lengua. Es algo que me gusta y que me mantiene ágil. Calculo que no por mucho tiempo pues ya he indicado que se han encargado de preparar un mal ambiente externo con tal de no darle continuidad el próximo curso. Ellos sabrán por qué. Otro recorte más, y este en cultura y en enseñanza, en aquello que nos puede llevar a pensar y en volvernos peligrosos para una comunidad amansada.
Pero no era esta la nota que hoy quería colgar.  Fin de clase. Invitación a tomar un vino. Es fin de trimestre y la fecha lo pide. No tengo muchas ocasiones de charlar con Lola, la secretaria, y la invito. Vamos al bar de al lado. Hacía mucho tiempo que no entraba en él. Enseguida nos damos cuenta de que nos hemos equivocado. El recinto olía a tabaco que apestaba y el ambiente se hacía rápidamente irrespirable. La clientela no parecía la más recomendable. El dueño del negocio no dejaba de reír en una mueca extraña que solo pueden mantener los que andan más cargados de vino que de agua.
Lo peor de todo era algo que sucedía a nuestro lado. Una máquina tragaperras. Un jugador compulsivo. Los euros que rodaban por la ranura a una velocidad increíble. La cara desencajada del ludópata. El premio que no salía nunca. Otro billete de cincuenta euros que era cambiado en el mostrador. La insistencia para que el cambio en monedas se produjera rápidamente, con tal de no dejar sin ritmo a la máquina. La cara cada vez más asustada y concentrada del enfermo jugador…
En cuanto pudimos nos marchamos. Lo hicimos con la promesa de no volver por allí nunca más.
Me volví a casa pensando en el ludópata y en los enfermos del juego. Me venía a la mente la certeza de lo poco que cuesta gastarse el esfuerzo del mes, o lo sencillo que tiene que resultar destrozar la convivencia de una familia en esas condiciones. Me dolía la cabeza al comprobar cómo la sociedad permite cualquier cosa con tal de sacar dinero para las arcas públicas. Me volvía a preguntar qué escala de valores se escondía detrás de estas situaciones.
En la televisión seguían hablando de los resultados de las votaciones en el Congreso. ¿En qué apartado del programa han recogido la necesidad de cambiar la escala de valores y la imperiosa necesidad de organizar la vida pensando en otras cosas que no sean dineros y caprichos?
¿Quién ha llevado a este enfermo a esa situación? ¿Quién le empujó a la exaltación de esos usos? ¿Qué responsabilidades se le exigieron y se le exigen? ¿Cuánto nos costará a todos su improbable recuperación?
La vida es más sabrosa que darle sin demora a los muñecos hasta que salga premio.  

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