miércoles, 28 de septiembre de 2011

COMO CON NOSTALGIA (LEYENDO A AZAÑA)

He vuelto a las páginas de los Diarios Completos, de don Manuel Azaña. Son muchas, casi mil trescientas, en letra de tipografía pequeña, y muy densas de contenido, al menos para mí. Él fue tal vez el mejor testigo de todas aquellas barbaridades y una cabeza privilegiada y de altas miras. Vuelvo a copiar unas líneas.
15 de septiembre de 1737. Apenas un año de guerra. Despacha con don Indalecio Prieto, otro cráneo privilegiado, y escribe lo que sigue: “Hemos hablado después sobre el pasado y el porvenir político de España, y de las dificultades inmensas que encontrará quien haya de gobernar. “Si en el otro lado (el bando rebelde) hay personas de buen juicio -le digo-, ¿no cree usted que se darán ya cuenta de la enormidad que han hecho, y del daño que de todos modos se han causado ellos mismos y a España?” “Estarán espantados.” Prieto hace algunas reflexiones sobre la democracia, su fracaso, etcétera. “Todo esto –le respondo- lo miro yo exclusivamente con relación a España (Prieto asiente.) No me pongo a trazar doctrinas generales. En España, la democracia que había se acabó al empezar la guerra. Porque el sistema imperante desde entonces no es la democracia. Es una revolución, que no ha llegado a cuajar y solo ha producido desorden, y una invasión sindical que ha fracasado, después de agarrotar y paralizar al Estado y al Gobierno. Demos por fracasada la democracia, también fracasó y volvería a fracasar, la dictadura, como fracasó la monarquía… España es un pueblo difícil de someter a una disciplina de libertad y de razón. Todos son violentos. Hay pocos sesos en España, o no estamos enseñados a usarlos. Vivimos de las reacciones del carácter. Mi clima político es otro, lo confieso. Usted tiene más motivos para estar asqueado y desengañado, porque ha vivido siempre en la política activa, yo no. En estos años pasados, desde que caí en ella, me alentaba una esperanza española grandiosa, y a pesar de todas las dificultades, y de la repugnancia y la fatiga que me producía el bracear continuamente con tantos ineptos y majaderos, quería contar con el tiempo, y con el crecimiento moral de la nación, que no se empobrecía ni se disminuía. Todo esto pasará, y el país saldrá a vía libre… Lo que me ha dado un hachazo terrible, en lo más profundo de mi intimidad, con motivo de la guerra, es haber descubierto la falta de solidaridad nacional… (“Yo la conocía”, irrumpe Prieto.) A muy pocos nos importa la idea nacional… usted es uno de ellos… pero a qué pocos… Ni aun el peligro de la guerra ha servido de soldador. Al contrario: se ha aprovechado para que cada cual tire por su lado…” Como también coinciden nuestras opiniones sobre la marcha de la guerra, Prieto me dice: “Usted y yo, cuando nos juntamos, nos echamos el uno al otro oleadas de negrura. Hacía falta aquí una tercera persona”. “Una tercera persona… ¿para qué?” “Para demostrarnos que no tenemos razón.” “!Como no llamemos a Ossorio!, porque otros que andan muy ternes están bastante decaídos. Observo un deseo general de que la guerra termine de cualquier modo.” “Eso no tiene duda ninguna”, responde Prieto.”
Ni el Presidente de la República ni el Ministro iban de sacapechos por la vida, sino con una mirada juiciosa y previsora de todo lo que se avecinaba, por desgracia.
Dejaré otra píldora, esta vez de sensibilidad, de Azaña. Me gusta su estilo y su pulsión. Por eso lo copio:
17 de octubre
“Día de audiencia. Hoy a mediodía he salido al jardín, con propósito de leer a la sombra de un árbol (el Gobierno ya está en Valencia). Imposible. La embriaguez de la mañana me ha quitado la atención, y luego el deseo. Decimos que es otoño, porque no hace calor. Pero un sol deslumbrante, y como un trabajo profundo, invisible, de germinación y crecimiento. Densidad de primavera. Aromas fuertes, de resina y flores. Un vientecillo ágil. Revolotean, sobre las dalias encarnadas, dos mariposas. Un labrador ara los bancales y canta a grito pelado. La tierra está blanda, migosa, suave. Después, silencio, calma luminosa. Acordes de silencio y luz. No sé qué sentido capta una vibración, ni luminosa ni sonora. Imposible adaptarse a un ritmo. Se escapa, se va. Me deja atrás, se va uno de fondo, como piedra… El perro ha venido a hacerme compañía. Se acerca a la estanquilla, derriba un tiesto, bebe, con fuertes chasquidos de lengua, brinca sobre un arriate, troncha unos tallos, y se me queda plantado delante, mirándome de hito en hito. A los lados de la cabezota, los muñones de las orejas cortadas le ponen dos acentos puntiagudos. “¿Qué quieres, Tom? ¡Estás flaco! ¿Te echan poco de comer?” Es un mastín cachorro, manso y sociable. Poco inteligente, no entiende lo que le digo, pero le gusta que le hable. No sería el primer caso. Entiende bien que soy su amigo. Se echa en el suelo tan largo como es, apoya la cabeza en las manos, su mirada me envía dos hilitos brillantes por entre los párpados entornados. Es feliz, porque nadie le hace daño, y su índole perruna no se sustrae como yo a la fascinación del natural. ¡Qué día insolente, provocador del hombre! La vida no es como aparenta en este rincón. Ni siquiera para los perros. Pienso que lo sabrían los cartujos retraídos aquí en otro tiempo (su residencia era entonces un antiguo monasterio de cartujos), y que por saberlo se retraían. ¡Qué atroz indiferencia por el sufrimiento humano, esta calma falaz, sin moraleja posible! La matanza continúa.”
Este personaje fue también un buen escritor, con una pluma bien suelta y con una sensibilidad exquisita. Los acontecimientos le tenían que haber permitido dedicar mucho más tiempo a esta actividad. Pero los tiempos fueron los que fueron. ¿Alguien se imagina nada semejante en la otra orilla, de manos del dictador pequeñito? Jajajajaja.

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