martes, 7 de junio de 2011

SOSTENELLA Y O ENMENDALLA


Parece que la vida no se puede entender sin la oposición, sin mezclar intensidades, sin comer guisos con sabor diferente, sin ver algo por la mañana y lo contrario por la tarde. De hecho, no sé cómo se podría entender una eternidad en el mismo nivel, ni en positivo ni en negativo. Acaso por eso, a una eternidad positiva (cielo) se la ha opuesto la otra invención negativa del infierno. Tal vez por eso en pintura son tan interesantes los contrastes de colores o en la vida el cambio y el asomarse a la novedad.
No hace falta irse demasiado lejos, ni sumergirse en aguas demasiado profundas para comprobar que eso de la novedad y del cambio apetece, aunque racionalmente no se justifique del todo. Sucede en cualquier periodo de la Historia y sucede en cualquier persona. Sigo engolfado en las visiones que de España tienen Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz. Marcaron la historiografía medieval y buena parte de la moderna, durante muchos decenios. No soy historiador pero calculo que siguen marcando las dos grandes tendencias todavía hoy. Resumiendo todo hasta el límite, el primero hunde las raíces de la “personalidad” española (un concepto complejísimo y hasta peligroso) en los mundos e influencias árabes y judías de la península medieval; el segundo desgasta sus energías en tratar de demostrar que tales influencias no son de ninguna manera las que configuran ese “espíritu” del hombre ibérico moderno sino que tales características hay que buscarlas en raíces más profundas, antiguas y autóctonas, en la suma de las aportaciones astures, vasconas, godas y romanas.
Pienso en estas dos personas y en su toma de postura y me imagino la dificultad creciente de cada uno de ellos en agrandar o en disminuir sus apreciaciones a medida que fueran indagando y reflexionando más y más. ¿Quién es capaz de reconocer, después de ciertos principios defendidos con anterioridad, que no es tan cierto lo defendido antes y que alguna de las antiguas afirmaciones hay que cambiarla por otra distinta? Más bien uno tiene la impresión de que ya todos los esfuerzos se dedican a dar mayor y más sólido soporte a lo que se ha dado a la luz y se ha sostenido en público. Tal vez desde ese momento la visión de cualquiera corra el peligro de sesgarse un poco y serio bueno trabajar con cautela y con humildad para no caer en ese riesgo evidente.
Todo ello por cambiar si las evidencias así lo aconsejan y hasta lo exigen, no por el cambio sin más, por supuesto, pues el trabajo te puede llevar a afianzar más aquello que ya te resultaba evidente antes.
El ejemplo de estos dos historiadores es paradigmático, pero, con todos los respetos que me merecen, me interesan como ejemplo. Porque mucho más me sugestiona pensar que eso mismo puede suceder a cualquier persona en sus vidas y en sus trabajos. La plantilla es la misma y el peligro similar. No otra cosa es lo que puede ocurrir en las opiniones políticas y en los comportamientos sociales, por ejemplo, tan generales y tan de estos mismos días. Cualquier persona con alguna edad tiene ya comprado su billete y no es fácil hacerle cambiar de tren ni subirle a un estrado para opinar serenamente que acaso se haya equivocado en otros tiempos, que tal vez esta o aquella idea haya que matizarla o reconducirla para darle más suavidad o mayor radicalidad. Es como una especie de autodefensa de lo ya defendido, como una cautela más ante uno mismo que ante la verdad.
La idea estaba ya acuñada en los tiempos que estos dos grandes historiadores repiensan, nada menos que en “Las mocedades del Cid”: “Procure siempre acertalla / el honrado y principal; / pero, si la acierta mal, / defendella y no enmendalla”.

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